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Interludio
Milenio

Pero el asunto es el siguiente, más allá de cualquier posible frivolidad consumista: en lo personal, en tanto que viajero muy frecuente y escribidor a sueldo, llevo años enteros buscándole un sustituto a esa dichosa computadora portátil que no termina de ser lo suficientemente ligera, delgada, liviana y utilizable en condiciones adversas como para que le puedas conferir una condición de accesorio en vez de atribuirle poderes —y, derechos— de amo y señor. El iPad, en ese sentido, parecía el candidato ideal para desempeñar funciones gerenciales, secretariales, literarias, periodísticas, contables y hasta espirituales: esencialmente portátil, venía siendo una especie de promesa de comodidad eterna y absoluta. Y, en efecto, luego de la compra compulsiva, no he tenido otra opción que intentar garrapatear mi columna de todos los días en la formidable pantalla del aparato —una vez descargado el software de Pages— y comprobar, de paso, si la opción de utilizar una “tableta” en vez de un ordenador estorboso es viable.
Pues bien, no he podido, por lo pronto, consultar el diccionario de sinónimos de Microsoft Word ni tampoco contar las palabras que llevo escritas. Pero, a ojo de bien cubero, creo que estoy a punto de completar la cuota de vocablos permitidos. Pase lo que pase, voy a adjuntar este texto a un correo y, ¡pum!, lo mando directo a la redacción. ¡Bendito iPad!
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