marzo 01, 2012

El Estado fallido

Carlos Elizondo Mayer-Serra (@carloselizondom)
elizondoms@yahoo.com.mx
Reforma

El penal de Apodaca estaba bajo el mando del crimen organizado a través de amenazas, corrupción o una mezcla de ambos. El gobierno de Nuevo León no pudo concentrar suficientes recursos como para asegurar que quienes estaban en la cárcel no se fugaran o no delinquieran desde ahí. En México casi ninguna autoridad logra ni ha logrado ejercer control real sobre los penales, como se ve en noticias casi diarias al respecto. La excepción son algunos penales federales de alta seguridad y aún así logró escaparse El Chapo Guzmán.

La fuga de Apodaca y los narcobloqueos posteriores en Monterrey son la parte visible en el desgobierno que reina en Nuevo León. En diversas zonas del estado el crimen extorsiona y secuestra recurrentemente. Los afectados no tienen a quién recurrir, las policías municipales están compradas o aterrorizadas. La policía estatal, para fines prácticos, no existe. Los medios, en ocasiones, se mantienen callados.

Nuevo León parece un Estado fallido. Si no fuera por el Ejército y la policía federal, el peso del crimen organizado sería mucho mayor, pero la presencia de las fuerzas federales está limitada a ciertas zonas y funcionan mientras no se corrompan.

La fragilidad de las instituciones mexicanas es conocida. Todos los expertos recomiendan fortalecerlas. Es una sugerencia obvia. El gobierno federal y las entidades dicen perseguir ese objetivo, pero es una tarea muy complicada, en parte por la falta de foco del gobierno federal, quien creyó que bastaba enfrentar a los narcotraficantes y encerrar a los principales cabecillas. Pero el reto de tener instituciones que funcionen es enorme. Hay, casi, que empezar de cero y, como tantas instituciones no funcionan, no es fácil ir creando la masa crítica para que se imponga la ley frente a la fuerza del crimen y la corrupción.

En México construimos mecanismos para la solución de conflictos para los cuales la legalidad y las instituciones eran muchas veces mera referencia. Antes de la alternancia, era menos visible el problema, pero ahí estaba, se manifestaba desde la ineficacia y corrupción de casi todas las policías hasta en el manejo de empresas públicas como Luz y Fuerza del Centro. Las fallas de nuestro Estado se encuentran por todos lados. La suma de muchas fallas va construyendo un Estado fallido.

La ley no suele respetarse naturalmente. Una vez le pregunté a un chofer en Alemania, parados frente a un semáforo en rojo en la noche en una calle vacía, cuál era la sanción por pasarse el alto. El chofer no sabía. No importaba. Como punto de partida la ley se acata. En México se requiere presencia física de un hombre armado para poder hacer que incluso ciertas reglas sencillas se cumplan. Un ejemplo pedestre. En la Ciudad de México, sobre Avenida General Juan Cabral, que separa al Hospital Central Militar de la Secretaría de la Defensa Nacional, hay dos topes y un semáforo. Cuando un vehículo militar quiere atravesar esta calle, lo que detiene a los autos que circulan es un soldado uniformado.

El documental De panzazo es una crónica de las fallas de nuestro Estado, incapaz de sancionar a los maestros que no asisten a las aulas, incapaz de despedirlos si no enseñan, incapaz de regular la educación privada. La administración pública no suele guiarse por el principio de la eficacia y el mérito. ¿Cuándo ha visto usted un anuncio de Pemex en que se invite a concurso para la contratación de técnicos e ingenieros? Pemex no contrata así. No puede ser una sorpresa que nuestro principal recurso natural esté mal administrado, que las refinerías pierdan siempre dinero y no pase nada.

Se necesitan estructuras gubernamentales eficientes basadas en prestar servicios de calidad y con reglas que todos cumplan. No se puede, por decreto, convertir al país en uno donde la ley sea razonable y la respetemos todos. No se trata tampoco de hacer exhibiciones mediáticas de tolerancia cero, como la conducida por López Obrador en 2003, cuando trajo al ex alcalde Rudolph Giuliani.

Cuando arranquen formalmente las campañas, los candidatos tendrán que explicarnos dónde piensan concentrar su energía para construir instituciones fuertes y qué características tendrán éstas. No se puede hacer todo. Menos cuando les tocará heredar una sociedad fragmentada, altos índices de violencia y un gobierno que no puede darle seguridad a sus ciudadanos, pero que insiste en distraerse en actividades que hace mal, como refinar gasolinas, y que las puede hacer alguien más.

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