marzo 02, 2012

Terminar una época

Macario Schettino (@macariomx)
schettino@eluniversal.com.mx
Profesor de Humanidades del ITESM-CCM
El Universal

Faltan 120 días para la elección. Las encuestas, a diferencia de lo que decían a fines de 2011, apuntan a una verdadera contienda. En vez de 30 o 35 puntos de ventaja, hoy estamos en un dígito. La inevitabilidad del triunfo del PRI no existe más, aunque si la elección fuese hoy, ese partido tendría la victoria. Pero faltan cuatro meses.

Lo que esta elección significa no es menor. Es el último intento del nacionalismo revolucionario por recuperar el poder. Aunque sea con caras nuevas, lo que está detrás es ese conjunto de creencias en que vivimos durante el siglo XX y que nos llevó al fracaso. Igual que ocurrió con todos los países que apostaron, como nosotros, por una orientación colectivista bajo un sistema político autoritario.

El viejo régimen, la Revolución, fue un intento de impedir, una vez más, la modernidad. Usted lo aprendió al revés, como si la Revolución hubiese sido una reacción natural del pueblo mexicano contra la dictadura. Pero eso lo aprendió en las escuelas del régimen, usando sus libros de texto, cuyo fin era convencerlo a usted, adoctrinarlo, para que encontrara legitimidad en el grupo vencedor de las guerras civiles, que mientras tanto se mantenía en el poder extrayendo dinero a los mexicanos. Me dicen que ese régimen de la Revolución tuvo varias virtudes, pero sigo sin hallarlas. Más allá de lo que todo el mundo obtuvo en el siglo XX, no encuentro nada.

El objetivo de ese régimen, como el de cualquiera, era mantener el poder, y para ello hizo lo que fuera necesario. Pero nada es eterno, y en 1997 el régimen se vino abajo. Desde entonces vivimos en México sin claridad en el rumbo, porque no hemos podido llegar a un acuerdo sobre cuál debe ser éste. Desde entonces el Congreso es relevante, lo mismo que la Suprema Corte. Y no está de más recordar que estos 15 años son el periodo más largo en que esto ha ocurrido en los 200 de historia independiente. Pero ese Congreso ha estado dividido, salvo en esta última Legislatura, donde el PRI tuvo mayoría, pero prefirió no usarla para nada. No fuera a ser que nos diéramos cuenta de que el viejo régimen quiere regresar.

Aunque tenemos tres partidos grandes, en realidad representan sólo dos opciones, y es por eso que las elecciones presidenciales tienden a polarizarse. En 2000, entre PAN y PRI; en 2006, entre PAN y PRD; ahora nuevamente entre PAN y PRI. Porque PRI y PRD representan el viejo régimen, mientras que el PAN no. En los dos gobiernos que este partido ha encabezado se han hecho intentos infructuosos por transformar a México. Un par de intentos de reforma fiscal, varios de reforma política y al menos uno de energética o laboral. Una transformación total de la política social, que no aquilatamos: Oportunidades, iniciado con Zedillo como Progresa, y el Seguro Popular han transformado verdaderamente la vida de decenas de millones de mexicanos. Como nunca ocurrió en el siglo XX, por cierto.

Los tres grandes partidos tienen a su interior gente de primera, pero también de quinta. Siempre puede uno intentar descalificar uno de esos partidos usando como ejemplo uno de esos personajes. Pero lo relevante no es eso, sino la capacidad, o no, de terminar el proceso de transformación. Muchos critican a Fox por no haber culminado esa transformación al inicio de su gobierno. Estoy convencido de que era imposible, más allá de las características personales del ex presidente. Calderón ni siquiera pudo intentarlo dadas las condiciones de su llegada.

Quince años después del derrumbe del viejo régimen, hay una nueva generación que empieza a llegar al poder. Una generación que ya no pudo ser adoctrinada con la misma eficiencia, y que por lo tanto no tiene esa limitación mental tan frecuente en los mayores de 45 años. Por cierto, votantes del nacionalismo revolucionario.

Ha llegado el momento de terminar la transformación. La derrota de Peña Nieto en la elección presidencial, si ocurre, será el catalizador del gobierno de coalición. Liberará a los priístas, permitiéndoles romper con su pasado y convertirse en una verdadera opción para el futuro de México. Lo mismo que López Obrador ha logrado ya en el PRD: su insania los ha obligado a liberarse.

El fin de la transformación de México requiere un gobierno de coalición, que sólo es posible derrotando, una vez más, al nacionalismo revolucionario. Después, habrá espacio para izquierdas y derechas, para el pluralismo de la democracia liberal. Después.

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