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Cubículo Estratégico
Milenio

Creo que el grueso de los votantes ignorará muchos temas que resultarán de segundo o tercer orden. ¿Cuáles? Los derechos de las minorías, el aborto, nuestro rol en América Latina, las políticas forestales, el apoyo a grupos vulnerables, los derechos humanos, la difusión cultural, los recursos hídricos, la inversión carretera y miles de temas más que, si bien serán pronunciados, no serán prioritarios para la mayoría.
Acaso algún poblado aislado que reciba promesa de carretera verá a muchos electores decidir por el candidato prometedor. Quizá alguna minoría sexual o discapacitada también espere las promesas específicas para su grupo. Pero no más allá. No veo a toda la nación eligiendo en función de la promesa de un tren que conecte Monterrey con la capital, o de si se está a favor o contra el aborto. No.
Lo que el electorado considerará para elegir al ganador serán solo unas cuantas variables y, la más importante entre ellas, la prosperidad económica relativa percibida en cada candidato. Me explico: los votantes tacharán el nombre de aquél con el que perciban que les irá mejor. Punto. Lo demás es secundario. Primero está la familia, el trabajo, las fuentes de ingreso y la garantía de techo, comida y transporte. Después está todo lo demás.
Pero un votante se preguntará: ¿cómo sé si es AMLO, Josefina o Peña el que me garantizará esa prosperidad? La respuesta está en aquel que demuestre, con razonable solidez, que es capaz de insertarnos con éxito en el competido mundo global. Esa es la “madre” de todas las consideraciones para las campañas que hoy empiezan.
Por la velocidad a la que se está integrando el planeta, ningún mexicano querrá verse segundón frente a brasileños, indios o chinos, que ya saltaron a la esfera competitiva mundial. Ninguno. El mexicano querrá lo mismo: el mismo celular, el mismo viaje, la misma educación, la casa equivalente, el crédito barato, la misma pantalla coreana.
¿Por quién votar? Por quien nos inserte mejor en la globalización. Nada más. Ni nada menos.
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