abril 26, 2012

The Hunger Games

Blanca Heredia (@BlancaHerediaR)
La Razón

Un país en el futuro llamado Panam, ubicado en Norte américa, surgido quizá tras una guerra nuclear, compuesto por una Capital y doce distritos. Régimen totalitario en el que se mezclan y conviven la explotación y el terror, por una parte, y el poder y el lujo extremo, por otra.

Doce distritos empobrecidos y sometidos a una Capital que los explota económicamente, los domina políticamente y los obliga a ofrecer cada año a dos jovencitos —un hombre y una mujer— para participar en una competencia-espectáculo aterrorizante en el que hay un solo ganador o ganadora: el o la que logra matar y sobrevivir al resto. La ofrenda anual de vidas de cada distrito sirve como entrenamiento para los habitantes de la Capital y para que no se les olvide a los habitantes esclavizados de los distritos el precio de la rebelión contra el centro de sus antepasados.

Un mundo en el que la miseria, la falta de libertad y el miedo cotidiano de los muchos sirve para que unos cuantos —los habitantes de la Capital— vivan inmersos en la frivolidad y el exceso, y tengan como problema más apremiante encontrar los estímulos necesarios para no morirse de aburrimiento.

La trilogía de Suzanne Collins publicada en 2008 en Estados Unidos ha tenido, entre los adolescentes y los niños de 8 a 12 años del mundo entero, un éxito verdaderamente fenomenal. Los libros han sido traducidos a 26 idiomas y se han vendido 17.5 millones de copias en los Estados Unidos, tan sólo del primer libro. La película, del mismo nombre, se estrenó recientemente y ha sido también un éxito de taquilla impresionante.

El éxito impactante de The Hunger Games entre los jovencitos puede atribuirse a la edad de los personajes centrales, al universo imaginario que construye, a la violencia, a su aire de familia con los concursos de la reality tv y a una trama de la que resulta casi imposible despegarse. Además de su éxito en ese grupo de edad, lo que me parece más llamativo de la trilogía es su parecido con el mundo en el que vivimos.

Sí, los rasgos están exagerados, mucho, pero las asimetrías que describe recuerdan las desigualdades de carne y hueso de la sociedad norteamericana y de muchas otras a principios del siglo XXI. La explotación es más descarnada, la dominación más asfixiante, pero nada de ello puede resultarnos demasiado desconocido.

Piénsese, por tan sólo citar un ejemplo, en una encuesta de Gallup del año pasado, citada en esta misma columna hace unos meses, en la que frente a la pregunta sobre sus perspectivas futuras sobre la economía, los norteamericanos mostraban un enorme pesimismo en todos los estados, excepto en Washington D.C., único lugar de ese país en el que prevalecía un optimismo burbujeante.

Como de costumbre, la mejor crítica social en los Estados Unidos, la más contundente, la más aguda, está en la ficción, especialmente en la ciencia ficción

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