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Reforma

Pero mi historia con Fuentes y su legendaria generosidad no son de interés para el lector; lo que sí tal vez pueda serlo es evocar el papel de lo que los norteamericanos llaman un intelectual público en el mundo a partir de sus raíces mexicanas. Junto con Octavio Paz hasta su muerte, y después ya solo, Fuentes fue la voz de México en el mundo. Ningún mexicano, ni el más poderoso, ni el más rico, ni el más ubicuo, ha tenido la presencia de Fuentes en la literatura, la academia, la política, el arte y la vida social internacional. En América Latina era el más latinoamericano de los mexicanos: el que asistía a todas las ferias del libro, daba todas las entrevistas, visitaba todas las universidades, se acercaba a todos los escritores y jefes de Estado, y apoyaba todas las buenas causas. Ningún mexicano, en mi opinión, tendrá jamás el mismo tipo de influencia en la región.
En Europa, sobre todo en España y Francia por la traducción de su obra, por su cercana amistad con los principales políticos e intelectuales de esos países, por su amplio dominio del francés y por su tiempo como embajador de México en París, llegó a ser el representante de México no solo ante los gobiernos, sino ante las sociedades, las universidades, los medios de comunicación y la comunidad artística y literaria. La preeminencia en esos dos países no significa que en otros del viejo continente no vistiera también el traje de lo mejor de la mexicanidad ante sociedades indiferentes o perpetuamente perplejas ante los enigmas mexicanos.
Pero quizá fue en Estados Unidos donde Fuentes desempeñó su papel más importante como mexicano emblemático, elocuente y omnipresente. No sólo era adulado por los públicos universitarios en el infinito número de recintos académicos que visitó a lo largo de los últimos 40 años, sino que era buscado y procurado por presidentes, senadores, congresistas, directores de medios, poetas y cineastas, como la personificación de todo lo bueno, lo admirable, lo universal de México y en realidad de toda América Latina. En Estados Unidos, a diferencia de Europa, Fuentes no era sólo mexicano: era el intelectual latinoamericano por excelencia.
Como tal participaba activamente en los grandes debates políticos estadounidenses desde los años 60 y sobre todo a partir de los 70: en los periodos presidenciales de Reagan, y Bush (en contra) y de Clinton y Obama (a favor). Ningún mexicano ha ejercido, ni creo que volverá a ejercer, la incidencia de Fuentes en las discusiones internas de Estados Unidos sobre su papel en América Latina. México y América Latina han perdido su voz en ese país y en muchos otros. Una voz insustituible, elocuente, en ocasiones estridente, pero siempre auténtica y fiel a sí misma. Con el deceso de Fuentes concluye una etapa del intelectual mexicano y en alguna medida, latinoamericano; como tal solo le sobrevive Vargas Llosa.
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