Reforma
Curioso fenómeno el del PAN. A juzgar por su comportamiento en estas elecciones, habría que definirlo como un partido sin vocación de poder.

Sucesos como este ocurren en muchas democracias en las que, porque así lo obliga la ley o por decisión propia, seleccionan a los candidatos a puestos de representación a través de procesos de elección entre su militancia. Las contiendas internas suelen ser encarnizadas y es perfectamente normal y legítimo que se expresen las preferencias y apoyos de los órganos de dirección de un partido y de los militantes por un candidato u otro.
Lo que no suele ocurrir es que una vez concluido el proceso de selección interna el candidato triunfador sea abandonado a su suerte o que reciba apoyos que en el mejor de los casos se pueden calificar de exiguos. Eso es precisamente lo que, a diferencia de otras experiencias internacionales o nacionales, vemos en el PAN de hoy.
Santiago Creel, el candidato preferido por Fox para ocupar la candidatura presidencial, perdió las internas del partido. Contra los pronósticos iniciales, Calderón se alzó con el triunfo. De manera inmediata y como era natural en una organización política que buscaba preservar el poder, todo el partido incluidos el Presidente, el candidato perdedor, los gobernadores, las estructuras territoriales y la dirigencia nacional se alinearon detrás de Calderón. El candidato contó con toda la autonomía necesaria en sus decisiones de campaña y conformó su propio equipo pero el resto de los militantes y sobre todo la élite dirigente se pusieron a su servicio. Con una fuerte desventaja frente a su más cercano competidor pero con toda la fuerza del partido Calderón terminó ganando las elecciones.
Las cosas en 2012 cambiaron. Como en la época de Fox, Calderón tuvo un favorito. Como entonces, ese favorito perdió. Como en aquel tiempo, el perdedor reconoció su derrota. Pero aquí terminan las similitudes. El reconocimiento del triunfo de la candidata del PAN no se tradujo en un apoyo ya no se diga incondicional sino tan solo lógico. Lo menos que se hubiese esperado de su partido, incluidos el Presidente, la dirigencia nacional y los gobernadores, hubiera sido una alineación detrás de quien resultó vencedora. No fue así. La porción del partido que no estuvo con ella se limitó a dejarla pasar, pero ni se resignó, ni se reconvirtió, ni se alineó detrás de su abanderada. La dejó a sus aires arriesgando una derrota.
A uno le enseñaron que el principal objetivo de un partido era obtener o mantener el poder, pero al PAN no parece quedarle claro. O Acción Nacional es un caso anómalo y no tiene esa vocación o decidió que se siente más cómodo en su papel de oposición o se tragó la píldora de que hay ventajas irremontables.
Es cierto que la mayoría de las variables del triunfo electoral están del lado de Peña Nieto y el PRI: más dinero, más medios, más estructura, más gobernadores, mejor equipo de campaña. Pero sobre todo tienen todas estas cosas alineadas a un solo objetivo: el triunfo de su candidato.
En términos objetivos el PAN está en una posición menos ventajosa. Pero tampoco está manco: tiene al Ejecutivo federal y solo o en coalición a 9 estados entre los que se encuentran 3 de los de mayor padrón electoral; su estructura partidaria cubre prácticamente todo el territorio y después del PRI es el partido con mayores recursos y acceso a medios. Lo que no tiene es unidad de propósito y, en procesos electorales, la unidad se expresa en torno al candidato y el propósito en torno al triunfo.
Quedan 30 días de campaña, en muchos países democráticos ésta es la duración total de las campañas, la interrogante es si el parque que necesita su candidata va a llegar.
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