leon@wradio.com.mx
Epicentro
Milenio

Todo esto es completamente natural (y deseable) en una democracia sana. Lo sorprendente es que nos impresione que haya marchas contra el puntero, que jóvenes le armen alharaca en una universidad (y en plazas, y en conferencias), que voces varias traten de explicar por qué el candidato sería un riesgo para el país. También es normal que actores diversos de la sociedad manifiesten su predilección por un candidato o su rechazo a otro (es menos común que periodistas olviden la imparcialidad indispensable del oficio para hacer proselitismo, pero en fin). En 2008, en Estados Unidos, Barack Obama se benefició enormemente del apoyo abierto e intenso de Oprah Winfrey, la reina de la televisión matutina. Nadie se quejó de que Oprah fuera parcial; nadie la acusó de usar su prestigio y su espacio para hacer patente su respaldo a un candidato y un proyecto. No tiene nada de malo. Tampoco tienen nada de raro las campañas negativas. Es más: los estudiantes deberían poder recaudar fondos y comprar tiempo para anunciarse en medios, pero como eso lo prohibió la muy “equitativa” reforma electoral, pues no es posible. Y deberían porque todo ello es parte de una democracia. Una democracia ruda, sí. Pero no sucia, ni desleal. Es rudeza necesaria porque, entre muchas otras cosas, revela el carácter del puntero.
Por lo pronto, me alegra que, a diferencia de 2006, los distintos actores políticos tomen con cierta naturalidad este devenir de la democracia electoral. El propio Enrique Peña Nieto, antes que indignarse o decirse perseguido, ha dicho que valora y (va de nuevo la palabrita) “respeta” las protestas en su contra. Hace bien. Lo que un candidato tiene que hacer cuando las cosas se ponen rudas no es quejarse y denunciar una supuesta y corrupta guerra sucia en su contra, sino apretar el paso y responder con inteligencia. Está por verse qué hará Peña Nieto con los 30 días que le restan. No serán fáciles. Por lo pronto ha resistido la tentación de confundir a la opinión pública. No sobra decir que, si Andrés Manuel López Obrador hubiera reaccionado con esa misma naturalidad después de la durísima (pero también enteramente normal) campaña del 2006, este sexenio habría sido muy distinto. Todo esto —esta rudeza necesaria, esta campaña negativa— es normal en 2012 y lo era también hace seis años.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario