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Cubículo Estratégico
Milenio

No importa que el movimiento juvenil sea apartidista; el destinatario del imaginario colectivo al respecto es Enrique Peña Nieto. Quienes a él se oponen, fuera o dentro de ese movimiento, le asocian con corrupción, con manejo parcial de la información y con tener una agenda oculta que solo llevará a sus correligionarios a enriquecerse cuando regresen al poder. Han dejado de mirar sus propuestas. Basta con que sea del PRI.
¿Qué tiene que hacer Enrique Peña para no ver erosionada su popularidad y llegar a la elección con amplia posibilidad de triunfo? Sencillo: potenciar la verdad de sus dichos y desahogar velozmente las demandas de los votantes que dudan de sus valores. En pocas palabras, si Peña quiere ganar con el amplio margen que traía hace unas semanas, tiene que deslindarse vehementemente y prometer juicio a los priistas que la sociedad considera malditos: Mario Marín, Fidel Herrera, Humberto Moreira, Arturo Montiel…
Si #YoSoy132 y el anhelo anticorrupción creciente en la sociedad prende una flama mayor en los siguientes días, no hay manera de que Peña logre disociar su candidatura de ese priismo patético, a menos que lo haga él mismo, vehementemente y pronto. Es decir, en este momento no importa que él no pertenezca a ese funesto grupo: la gente de todas formas lo asocia. A Peña le está pasando lo que al presidente Calderón: aunque él no mató a los 50 mil mexicanos en la lucha contra el narco, una buena parte de la sociedad lo piensa culpable y responsable de ello.
Peña Nieto no se ha deslindado de ese priismo quizá por miedo a perder votos duros. Esa estrategia funcionó por meses, pero no es suficiente para evitar ver su candidatura caer al punto en que de verdad no sepa si ganará.
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