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Interludio
Milenio

Estamos hablando, luego entonces, de simple mala fe y calculada mezquindad: muchas cosas no se las cree él mismo sino que sabe que debe hacérselas creer a los demás. En las elecciones de 2006, la casa encuestadora que trabajaba para su agrupación le avisó de que Calderón ya no se encontraba debajo, a diez puntos de distancia, sino que comenzaba a pisarle los talones. Pues bien, decidió no darse por enterado y, sobre todo, no avisar públicamente de que estaba al tanto sino que se guardó arteramente la información. Una vez conocidos unos resultados que confirmaban las tendencias registradas por su propias encuestas, se dedicó a denunciar desaforadamente un “fraude” que, en un primer momento, supuso cibernético, luego lo atribuyó a sus correligionarios “vendidos” y, finalmente, concluyó que había sido “a la antigüita”. Y todo esto, sabiendo (pero no diciendo) que en una situación de virtual empate la balanza se puede inclinar de uno u otro lado.
En fin, entre las mentadas distorsiones figuran algunas que, si no sospecháramos que el comportamiento de Obrador no se deriva —como decía al comienzo de estas líneas— de una percepción alterada de la realidad sino de su aviesa disposición a la mentira, merecerían ser consignadas como las que más determinan sus acciones: ahí está, para mayores señas, el pensamiento polarizado o dicotómico, es decir, la interpretación de la realidad a partir de una postura de “todo o nada”; tendríamos también la sobregeneralización abusiva de las cosas, la visión catastrófica y otras varias falacias. Y así, sirviéndose de estos instrumentos, nos tiene a todos de rehenes.
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