agosto 07, 2012

El fraude del fraude

Marcelino Perelló
Matemático
bruixa@prodigy.net.mx
Excélsior

El perspicaz y pertinente Raúl Moreno Wonchee está preocupado. Ve moros con tranchete. Cosa que, reconozcamos, no es difícil si se le viene a uno encima un tropel de moros, tranchete en mano. Raúl me hace ver algo que a mí me había pasado por alto —lo reconozco— y que sin duda significa algo. No sé qué, pero algo significa.

Me hace observar una diferencia importante en el discurso de López Obrador entre 2006 y 2012. Entonces se reclamó triunfador de las elecciones e incluso presidente legítimo. Esta vez, en cambio, no. Exige “simplemente” que se anulen los recientes comicios. Cada vez de manera más airada: “No aceptaré ninguna resolución que no sea la de invalidar las elecciones”. No es necesario que le diga, agudo lector, que este giro en la estrategia del Peje inquieta a Raúl y ve en él un mal presagio. Prefiero no abundar, la paranoia es de Raúl, no mía.

Por otro lado, mi brillante y querida Alma Delia Murillo, Miá, recordó recientemente que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Tiene razón sin duda la Alma Delia. El problema, ¡ay!, reside en quién establece la ceguera del otro. Por ese curioso fenómeno que con tanta lucidez describió el maestro vienés y que llamó proyección, puede ocurrir y ocurre con frecuencia, que el ciego sea el que califica de ciego al otro.

Hace años el célebre doctor Paniello, refugiado catalán y uno de los más ilustres oftalmólogos de nuestro país, me contó la siguiente anécdota:

En cierta ocasión recibió a un paciente y lo instaló rápidamente frente a esos anteojos inmensos que usan los ópticos. No tardó ni diez segundos en proclamar su diagnóstico: “Tiene usted una catarata en el ojo izquierdo. Lo tengo que operar. Prográmese con mi secretaria, por favor”.

Entró el siguiente enfermo. Como de costumbre lo sentó frente al queratómetro. Inmediatamente detectó la catarata, idéntica a la del cliente anterior, también en el ojo izquierdo. Sin más prolegómenos lo envió a programarse para la intervención quirúrgica.

Con el tercer paciente, exactamente lo mismo. Después de remitirlo, al doctor Paniello no pudieron no invadirlo las sospechas. Decidió revisar sus propios ojos. Y ahí estaba ella: la catarata perfecta en su cristalino derecho. Anuló las operaciones previstas y se hizo operar él.

No es necesario decir que mi amigo médico fue víctima de ese fenómeno: la proyección. Su ejemplo es muy sencillo y, por ello mismo, fácil. Los verdaderamente complejos son los mentales y en particular los inconscientes.

El sabio apotegma popular que denuncia a quienes “ven la paja en el ojo ajeno” ha sido distorsionado por la estupidez igualmente popular al añadirle un remiendo del todo inadecuado: “...y no ver la viga en el propio”. Lamentable. La frase original no significa que uno observa los pequeños defectos del otro y le pasan por alto los de uno mismo. Para ese fenómeno existe otro proverbio en español: “El jorobado no ve su giba, pero ve la ajena”.

Nuestra frase, en cambio, delata la proyección. Es decir, uno atribuye al otro sus propios rasgos, de manera involuntaria e inconsciente. En este caso sus propias lacras.

Ya que estamos con los dichos trillados, recordemos dos notables y a todas luces parientes próximos, pero con significados distintos. El primero reza: “El ladrón cree que todos son de su condición”. Se trata de un nuevo caso de proyección inconsciente. El segundo afirma que existe el ladrón que, señalando a un tercero, exclama “¡Al ladrón, al ladrón!” Aquí estamos frente a una estratagema perfectamente consciente.

Así pues, mi Alma Delia, es delicado afirmar de alguien que “es ciego porque no quiere ver”. A lo mejor el que no quiere ver es uno. En cualquier caso, yo diría que es mucho más dañino y engañoso ser bizco.

Pues algo así está sucediendo en torno al actual proceso electoral en nuestro país. Los pejistas consideran que quienes votaron por Peña Nieto, o fueron comprados o se equivocaron. Me temo que de nuevo se trata de una proyección. Yo no voté. No tuve por qué ni por quién. Pero estoy convencido, sin entrar a juzgar a los simpatizantes de otros candidatos, que los primeros en haberse equivocado o haber sido comprados son precisamente los seguidores de López Obrador.

Que el hombre de Macuspana sufre problemas serios de autoafirmación, no precisa ser argumentado en demasía. Se argumenta solo. Padece por un lado de una megalomanía obsesivo-compulsiva, rayana en el delirio. Y, por otro, de una manía persecutoria que lo hace víctima inerme de una injusticia tras otra, de un fraude tras otro.

En efecto, acusó de fraude al PRI en las elecciones para la gubernatura de Tabasco en 1989 frente a Neme Castillo. Marchas, caravanas, mítines y plantones. Fue en uno de ellos que se produjo el célebre episodio de los barrenderos tabasqueños extrayéndose sangre y arrojándola sobre la puerta de Palacio Nacional.

En 1995 se volvió a postular al mismo cargo y volvió a perder, esta vez frente a Roberto Madrazo; volvió a denunciar el fraude. Nuevas marchas, caravanas, mítines y plantones. Y esta vez con todo y tráiler que se paseaba con las cajas que, afirmó, contenían 250 mil documentos que, según él, ponían en evidencia el nuevo fraude. Nunca nadie (es un decir) vio su contenido.

El proyecto de López Obrador nunca ha sido defendido en instancias y por medios legales, como él insiste en repetir. Sus procedimientos han sido y siguen siendo estrictamente grillos, callejeros y mediáticos.

En 2006 volvió, uf, a verse víctima de un nuevo fraude esta vez en la carrera presidencial contra Felipe Calderón. Le ahorro todo el circo que armó. Usted ya lo conoce.

En 2008, Cerebro lanza a su Pinky, Alejandro Encinas, a disputar la presidencia del PRD frente al candidato de Nueva Izquierda, Jesús Ortega. La perdió, y adivine usted: López Obrador volvió a denunciar fraude en su contra (contra Pinky, esta vez).

De manera que en 2012 no había nadie, ni entre sus seguidores ni entre sus adversarios, que pusiera en duda que iba a perder y que iba a proclamarse víctima de un nuevo fraude. Tan es así que el tal fraude fue anunciado muchísimo antes de las elecciones. Tanto por la vocación fraudulenta del PRI, como por la vocación victimista del Peje.

Que el Pejelagarto sea lo que es y recurra a lo que recurre no tiene nada de particular. Cosas veredes, Sancho. Pero que cuente con un número tan considerable de seguidores sí llama la atención. Entre ellos hay dos clases de personas: por un lado, los de mala fe, es decir, los mercenarios directos, por una lana, y los indirectos, que van tras un hueso. Y, por otro lado, los de buena fe, que se niegan a ver, a quienes el inconsciente, por razones diversas, y al margen de su inteligencia o nobleza, les prohíbe ver lo evidente, que su líder es y ha sido siempre un bribón. Ese mismo inconsciente que les hace proyectar y ver la estafa, el fraude, en el ojo ajeno. Esta combinación de la mala fe de unos pocos con la buena fe (en los dos sentidos de la expresión) de otros muchos, resulta altamente tóxica.

Y es que, amigo lector, no hay mayor fraude que la falsa acusación de fraude.

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