septiembre 26, 2012

Alonso

Yuriria Sierra (@YuririaSierra)
Nudo Gordiano
Excélsior

Era él, con esos ojos tan negros, brillantes, perspicaces. Era él, con esas manos grandes, sí, dedos largos desde siempre huesudos, unas manos que se retorcían en el aire como para subrayar cada una de sus palabras. Era él con una risa pronta, con un sarcasmo evidente desde el primer minuto, con esa ironía que no es posible más que a partir de la profunda inteligencia. Era él, en ese entonces siempre con un Marlboro light a la hora de impartir su clase. Alonso Lujambio: el profesor que nos recibía en el primer día de clases en la licenciatura en el ITAM, para anunciarnos que el que creyera que esta carrera era para definir a los “buenos” y a los “malos” mejor se fuera a estudiar guionismo a otra escuela. Era él, el que desde la primera clase te enamoraba de la ciencia política. La mayor cualidad de Lujambio, como profesor, era identificar las pasiones intelectuales de sus alumnos, nutrirlas, y sí, contagiarte la suya: el entramado teórico de la construcción institucional. “Cuando las instituciones públicas son fuertes, puedes poner un pendejo al frente, que no pasa nada.”

Hace tres años, en diciembre de 2009, la reforma política tomaba un lugar en la agenda del Congreso de la Unión, y es que Felipe Calderón enviaba, al fin, el proyecto de una de las reformas más esperadas. Pero a su lectura, la iniciativa me dio la impresión de ser una armada en conjunto, no sólo por el Presidente. Y es que en ella se leían muchos de los temas que yo había escuchado ya de viva voz de quien fue, hasta el último minuto, uno de los más cercanos colaboradores de Felipe Calderón, Alonso Lujambio:

“Hace mucho, cuando era estudiante de ciencia política en el ITAM (lo he dicho) fui alumna de Alonso Lujambio, hoy secretario de Educación Pública. Al escuchar y leer y releer las propuestas de Calderón, no pude evitar recordar las cátedras que recibí de él, de Lujambio. Y es que pensando en lo importante que es que Calderón haya presentado estas iniciativas, de pronto también quise atar un par de cabos para conducir a quién puede estar detrás de un pieza tan valiosa para el sexenio actual (...) Parecieran recuerdos de mis clases de esos años en que, siendo itamita, escuché de Lujambio tantas veces. Y hoy, pensando en la cercanía que tiene con Felipe Calderón, no puedo evitar sugerir que sea él, junto con Alejandro Poiré, quienes estén detrás de una reforma tan urgente y que sin duda le dará a nuestro país un Estado más congruente y efectivo...”

Así escribía en aquel entonces y en este mismo espacio. Y lo dije así porque Alonso se mostró siempre como un hombre de Estado, como lo dijo ayer en Nueva York Felipe Calderón; un hombre que creía plenamente en las instituciones. Lujambio creyó siempre en el diálogo, a favor siempre de tender los puentes necesarios para posteriores acuerdos. Sí: para él, uno de los ejecutores intelectuales y políticos de la democracia mexicana, la negociación y la construcción de consensos era el ejercicio teórico llevado a la praxis cotidiana...

Sus catédras son referencia obligada para varias generaciones no sólo de “itamitas”, sino de politólogos, abogados, internacionalistas y hasta economistas egresados de otras universidades. El Instituto Federal Electoral fue su entrada espectacular a las responsabilidades públicas. Aquellos tiempos tan respetados de José Woldenberg, en los que, entre todos los entonces consejeros lograron entusiasmar a México y darle certidumbre y confianza a los procesos electorales. Y de ahí al IFAI, para seguir bordando en la construcción institucional de la transparencia y la rendición de cuentas. Más tarde, dentro del panismo al que se afilió hace no tantos años; o ya como secretario de Educación, en el puesto desde el que enfrentándose a Goliat, pudo poner los cimientos de lo que, esperemos, pronto pueda terminar con la opacidad y la ineficiencia del gremio educativo.

A Lujambio lo conocí, lo traté, disfruté con él tantas risas, provocadas y compartidas dentro y fuera de las aulas. Para mí no fue sólo un hombre de Estado, fue Lujis (como lo llamábamos con cariño en el ITAM): ese profesor que, a través de sus pasiones, ayudaba siempre a descubrir las propias. Eso, evidentemente, es la aportación más valiosa que un profesor puede hacer en la vida de sus alumnos. Y por eso, ayer, tanto cariño y agradecimiento acompañaron a la tristeza de su temprana partida, por parte de todos los que alguna vez nos sentamos en una banca a tomar clase con Alonso. Hasta siempre, “colega” (como a él tanto le gustaba llamarnos desde el primer minuto de ingreso a su salón)...

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