Matemático
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Excélsior

Fueron convocados por el presidente Artur Mas, con dos años de anticipación. Esa es una de sus prerrogativas. Normalmente es una modalidad a la que se recurre para recobrar cierta estabilidad. Esta vez sin embargo fue más bien una medida de agitación y levantamiento.
Es decir, la agitación ya estaba en las calles, en la gente, y lo único que hizo el gobierno autónomo catalán fue responder a ella y darle cauce institucional. El presidente únicamente se sumó al clamor popular que exige la independencia del país frente al Estado español. No había de otra. De lo contrario la inquietud generalizada podía tomar otros caminos, menos tranquilos, digamos.
La reivindicación soberanista, “por un nuevo Estado en Europa”, había estado y está en un crescendo de vértigo ininterrumpido desde hace cuatro años cuando el Tribunal Constitucional español decidió modificar, a toro pasado, el Estatuto de Autonomía que había sido aprobado por el propio Parlamento catalán, por las Cortes y el Senado españoles y refrendado por el voto altamente mayoritario de la población de Cataluña en referéndum. Pues resulta que los venerables carcamanes tribunaleros decidieron pasarse por aquello que hace años ya no usan todos estos antecedentes y resolvieron corregirlo. Ellos sí saben. Y la armaron. Sólo a los gachupines les puede ocurrir algo semejante.
El estatuto “tribunalizado” negaba el título de Nación a la Cataluña (ya quedamos que allá es muy clara la diferencia entre “nación” y “Estado”, excepto para los carcamanes fosilizados en cuestión), anulaba la disposición que establecía el catalán como lengua obligatoria en la enseñanza y negaba otras muchas competencias que había conquistado el gobierno autónomo. Esa fue la chispa que encendió la mecha. Y cómo no había de hacerlo. El Parlamento Catalán respondió a la afrenta con dureza y elegancia, prohibiendo en su territorio las corridas de toros, auténtico emblema de la españolidad.
Y a los mesetarios recalcitrantes les ardió. Pos sí, para eso era. Para eso y para beneplácito de 90% de la población mundial, la española incluida. Así empezó la escalada en la elección de hace dos años, en la que los socialistas, sucursal del PSOE, perdieron la Presidencia a manos de Convergència i Unió, partido catalanista tímido, autonomista, y Mas fue elegido presidente. La confrontación con el gobierno español se fue dando en todos los planos.
El trasvase de las aguas del Ebro, la negativa al corredor litoral, al dominio de la red ferroviaria y de los aeropuertos, la interdicción casi total a los vuelos internacionales a y desde Barcelona, y en muchos otros aspectos, de los cuales no es el menor el deportivo, al cerrarse del todo a la posibilidad de selecciones catalanas, a la manera del Reino Unido, digamos.
La gota que derramó el vaso no fue gota, fue chorro. Y se trató, obvio, del actual desastre económico, eufemísticamente llamado “crisis”, tal vez no provocado pero sí acentuado y agravado por los malos manejos, por la corrupción y la irresponsabilidad de Madrid. Y la mayoría de cuyos platos rotos hubo de pagar la zona más rica del Estado, Cataluña, a la que los españoles, en nombre de la “solidaridad” forzada (patidifúsico concepto, reconocerá usted, ecuánime lector), no cesan de ordeñar. Para eso sí son buenos nuestros baturros. Para ordeña. De nuestra América también vivieron durante tres siglos. Así les va ahora.
Todo ello condujo a la actual coyuntura. Acusar de oportunismo y deslealtad a los catalanes, al echarles en cara que se aprovechan del mal trance por el que atraviesa España, es una soberana pendejada. Mal harían si no lo hicieran. Todas las grandes transformaciones históricas y políticas han acontecido en los momentos de debilitamiento del poder. Todas.
Cataluña no fue ni podía ser la excepción. La frase no pertenece a ningún catalán, sino al gran pensador e historiador británico Arnold J. Toynbee: “Es una inconsistencia grave mantener al pura sangre catalán atado al Rocinante español”. El descontento hizo germinar un organismo nuevo, transversal y popular, hace apenas un año: la Asamblea Nacional Catalana, ANC, que actualmente cuenta con casi 100 mil miembros y que es la que convocó a la gran manifestación, a la detonación independentista del pasado 11 de septiembre, que paralizó a la ciudad de Barcelona y congregó a dos millones de personas.
No fue, de ninguna manera, iniciativa del gobierno catalán ni de su presidente Artur Mas, como insisten en pregonar, disparándose en el pie, los políticos y los medios españoles y españolistas (son los mismos, coinciden todos y del todo). El gobierno Convergente hizo lo que tenía que hacer desde el punto de vista patriótico. Y obviamente queriendo capitalizar la gran movilización y liderarla, se quiso trepar en la cresta de la ola, pero se vio revolcado. Se le volteó el chirrión por el palito.
Esto ha pretendido ser fructificado, de manera ingenua y falaz por esos mismos políticos y medios madrileños —el peor de los cuales, que ya es decir, es El País, panfleto indecente, suripanta disfrazada de dama, de una hipocresía revoltante— al querer confundir a la opinión y presentar el tropiezo de Mas como una derrota del independentismo. Convergencia sí, perdió 12 curules, pero sigue teniendo más que los tres partidos españolistas juntos.
Es mi estimada Vica la que me hace llegar precisamente la nota de El País de ayer (eso es exactamente: el país de ayer, el del franquismo) que desvergonzadamente encabeza con: “Los catalanes desinflan el plan soberanista de Mas, según TV3”. Para empezar el canal público catalán TV3, en ningún momento afirmó eso ni nada parecido, y el colmo es que nunca aparece ni mencionado en la susodicha nota.
Lo más grave, sin embargo, es que, en primer lugar, ya quedamos que no es para nada “el plan de Mas”. El Presidente sólo se unió a la reivindicación social. Y nadie desinfló nada. En ese mismo tenor está el resto de la prensa y los noticieros españoles, al unísono. El verdadero titular debió ser, claramente el de que Mas, a pesar de haber perdido curules, ganó las elecciones y seguirá siendo presidente. Las opciones catalanistas: Convergència, Esquerra, Iniciativa, CUP y SI obtuvieron 87 diputados, mientras que las españolistas: PSOE, PP y Ciudadanos, 49. O sea que casi los doblan, en los dos sentidos de la palabra.
Perdió un escaño solamente Solidaritat Independentista. Convergencia arrostró dificultades atroces debidas íntegramente a la ansiedad acumulada mientras otros mejoraron aprovechando sinergias, vigentes incluso con anterioridad.
Los votantes, tanto los independentistas como los unionistas, a quienes castigaron fue a los tibios, Convergència en un caso y PSOE en el otro. Y se decantó por los radicales, Esquerra y CUP, los catalanistas que recogieron con creces el voto que perdió CiU. Los sufragios que abandonan al PSOE van a parar a los filofascistas de Ciudadanos. Es decir que el “plan soberanista” no sólo no se desinfló, sino que se vio innegablemente fortalecido y radicalizado. He ahí el quid: 87 piedritas en los hígados del Borbón, de Rajoy y de sus huestes neofalangistas. Por ello, mejor no mencionarlas.
Esta es la única lectura legítima. Al menos en una primera aproximación. La libertad de Cataluña no será esta tarde, es indiscutible. Pero que tendrá lugar pasado mañana, quedó más claro que nunca. La dulce, férrea y secular balada catalana continúa. Inexorable.
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