Analista político
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Excélsior
Es el momento de preguntarnos, en lo individual, qué haremos con las propuestas de Peña Nieto. Qué haremos con nuestro país.

Peña Nieto no se queda sólo con lo importante y pone sobre la mesa también lo urgente: prevención del delito; protección de víctimas; homogeneidad en materia penal; combate al hambre; protección de jefas de familia; pensiones a adultos mayores; reforma educativa; desarrollo de infraestructura; conectividad ferroviaria; competencia en telecomunicaciones; acotamiento a la deuda de los estados; déficit fiscal cero y medidas de austeridad.
Es claro que algo pasó con el PRI en los últimos 12 años. O, tal vez, en los últimos 12 meses. El partido autoritario y lejano a la ciudadanía al que tanto se temía parece haberse decidido a tomar al toro por los cuernos, e incorporar en una propuesta de gobierno las inquietudes de una sociedad que se reconoce despierta y dispuesta a actuar para conseguir el desarrollo y la paz social anhelados por tanto tiempo. La propuesta, sin duda, ha causado sorpresa, conmoción y la duda razonable entre quienes esperaban un estilo de gobierno anquilosado y un retorno a las viejas prácticas del pasado.
¿Qué hacer con las propuestas de Enrique Peña Nieto? La sociedad parecería decantarse entre el repudio y el entusiasmo. Por un lado, quienes aducen que la elección que lo llevó al poder está viciada de origen, y que esto descalifica de pleno cualquier acción de gobierno que emprenda, parecen tenerlo muy claro. Resistencia civil pacífica, renuncia al diálogo, manifestaciones callejeras. La misma actitud que se mantuvo en contra de Felipe Calderón y que, sin duda, marcó y obstaculizó en buena medida su gestión. Provocar el colapso de las instituciones en virtud de una supuesta autoridad moral basada en la repetición, ad náuseam, de las citas citables de un Juárez que se convierte en el oráculo de un líder con más tintes religiosos que políticos. Hablar del amor mientras el rostro no disimula una mueca de frustración ante cualquier logro de quienes no merecen un adjetivo diferente al de espurios, oligarcas, mafiosos. Alimentar el odio de quienes no han contado con las oportunidades necesarias para forjarse un futuro, en vez de trabajar en el presente para otorgárselas.
Lo vimos en las calles, este fin de semana. La violencia que no propone, las consignas del encono, la brecha social como bandera. La manipulación de quien repite que su movimiento no es sino pacífico mientras, con la otra mano, alimenta la división basada en el rencor. Y, así, por otros seis años, bajo otras siglas, con otras banderas, visitando uno tras otro todos los municipios del país para dejar el mensaje del fracaso perpetuado y la esperanza basada en una sola persona. El contraste con el mensaje de inclusión y reconciliación es más que evidente.
Por otro lado están los entusiastas. Los creyentes a ciegas. Los que creen a pies juntillas en unos colores, asisten a los mítines y se comprometen con una causa, ya sea por convicción o por interés personal. Ellos ya están trabajando, recibiendo indicaciones y esperando integrarse, lo antes posible, a la posición desde la que puedan ser parte del plan maestro.
Sin embargo, hay una tercera vertiente cuya importancia no puede negarse y que tal vez sea la más valiosa: la de los escépticos. Aquellos que pueden o no haber votado por el PRI, pero que están preocupados por la situación del país y dispuestos a hacer algo al respecto. Ellos son los interesantes, los que pueden cambiar a México. Los que están dispuestos a escuchar el mensaje sin matar al mensajero, a escuchar las propuestas y meditarlas. A integrarse en los diferentes proyectos con una mirada crítica, trabajar en ellos y señalar sus deficiencias. Los que cuestionan, los que vigilan, los que denuncian la apatía de quienes repudian sin pensar, y al mismo tiempo no están dispuestos a tolerar a quienes se entusiasman buscando tan sólo el propio beneficio. Los que dejan atrás la trinchera fácil del cinismo para pasar al frente del compromiso.
Hoy es el primer lunes de un sexenio que comienza con propuestas sustantivas y proyectos realizables. Un sexenio que, por la situación mundial que atravesamos, y las circunstancias nacionales, puede ser determinante en la construcción del México del futuro. Es el momento de preguntarnos, en lo individual, qué haremos con las propuestas de Peña Nieto. Qué haremos con nuestro país. Y actuar en consecuencia, con una salvedad: los que repudian, al menos no estorben.
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