enero 19, 2012
La supervivencia del dinosaurio
Blanca Heredia
Mirando de lejos
La Razón
En 1988, durante los albores y sudores tempranos de nuestra transición al pluralismo competitivo, Fernando Escalante publicó un artículo en Nexos, en el que decía que el tránsito a la competencia electoral no cambiaría nada de lo fundamental de la política mexicana. Aquel artículo sacó muchas ámpulas. Lo de que no cambiaría nada porque todos llevábamos al dinosaurio adentro fue como un balde de agua fría. Estábamos en pleno escarceo febril con la idea de la democracia y nadie tenía muchas ganas de que le aguaran la fiesta.
Fast-forward: enero de 2012, Roger Bartra publica “El Nuevo PRI” en Letras Libres. El texto de Bartra viene a decir más o menos lo mismo, a diez años de la alternancia, que el de Escalante: la competencia y la alternancia no lograron domesticar, mucho menos, destruir al dinosaurio. Como en las películas de terror, el monstruo que parecía acabado tras la derrota del 2000, se alzó de nuevo, con muchas cabezas, un copete grande y unas ganas locas de volver a hacer de las suyas.
¿Qué pasó? ¿Será lo del dinosaurio interior que todos llevamos dentro del que hablaba Escalante? ¿Será, como dice Bartra, que ese dinosaurito ya no puede más, tras diez años de abstinencia, y demanda, con urgencia, su fix? No puede descartarse que esa sea, en el fondo, la respuesta. Nunca se acabó el PRI porque a sus usos y costumbres anclados en la corrupción, la impunidad, y en la aplicación discrecional y arbitraria de la ley son, en realidad, los mismos que los de esos dinosauritos que viven adentro de cada uno de nosotros.
Hay, sin embargo, otra explicación posible que se resume en una pregunta grande como una casa misma que también aborda Bartra en su texto: ¿Por qué el PAN, hecho gobierno, no terminó con el viejo PRI? ¿No pudo o no quiso? ¿Por qué no aprovechó Fox el tremendo golpe que supuso para el tricolor la pérdida de la Presidencia para darle el tiro de gracia al dinosaurio? ¿Qué hizo Calderón para debilitar al Institucional?
Aún habiéndoselo propuesto en serio, no hubiera sido fácil para el PAN acabar con el PRI. Los presidentes panistas han tenido, es claro y evidente, menos poder que los priistas. Las sintonías profundas entre los usos y costumbres del PRI y los de la mayoría de la población hacían y hacen difícil acabar con un partido cuyas prácticas están tan enraizadas socialmente. Con todo y todo, el PAN tuvo acceso a recursos de poder muy importantes y contó, además, con un porcentaje creciente de nuevas clases medias, mismas que podrían haberse convertido en la base social de una nueva forma de hacer política fundada en la igualdad efectiva ante la ley.
Por razones que cuesta trabajo entender, Acción Nacional no utilizó los recursos a su alcance para desmontar las bases de poder del PRI o, al menos, para impedir que rebotase al punto de estar en condiciones de recuperar la Presidencia de la República. Bartra sugiere como explicación la debilidad de las corrientes liberales frente a las conservadoras dentro del PAN. A este elemento, podríamos sumar la inexperiencia y, en muchos casos, franca ineptitud en el manejo del gobierno, así como la dificultad del PAN para dejar de asumirse como oposición.
Mi impresión es que, en el fondo, el PAN optó por ni siquiera herir de muerte al PRI por dos razones fundamentales. Primero, porque los panistas se acostumbraron muy rápido a las mieles de ejercer el poder al abrigo de la impunidad y hubiera estado difícil socavar los cimientos del poder priista sin tener que renunciar a dicha impunidad. Segundo, porque buscar desmontar las bases del poder del PRI y de su forma de hacer política hubiese implicado afectar los intereses de élites sociales muy poderosas, algunas de las cuales —los señores del dinero, por ejemplo— son el sustento fundamental, por no decir el corazón mismo —como bien ha argumentado Edward Gibson—, de un partido conservador como Acción Nacional.
Mirando de lejos
La Razón
En 1988, durante los albores y sudores tempranos de nuestra transición al pluralismo competitivo, Fernando Escalante publicó un artículo en Nexos, en el que decía que el tránsito a la competencia electoral no cambiaría nada de lo fundamental de la política mexicana. Aquel artículo sacó muchas ámpulas. Lo de que no cambiaría nada porque todos llevábamos al dinosaurio adentro fue como un balde de agua fría. Estábamos en pleno escarceo febril con la idea de la democracia y nadie tenía muchas ganas de que le aguaran la fiesta.
Fast-forward: enero de 2012, Roger Bartra publica “El Nuevo PRI” en Letras Libres. El texto de Bartra viene a decir más o menos lo mismo, a diez años de la alternancia, que el de Escalante: la competencia y la alternancia no lograron domesticar, mucho menos, destruir al dinosaurio. Como en las películas de terror, el monstruo que parecía acabado tras la derrota del 2000, se alzó de nuevo, con muchas cabezas, un copete grande y unas ganas locas de volver a hacer de las suyas.
¿Qué pasó? ¿Será lo del dinosaurio interior que todos llevamos dentro del que hablaba Escalante? ¿Será, como dice Bartra, que ese dinosaurito ya no puede más, tras diez años de abstinencia, y demanda, con urgencia, su fix? No puede descartarse que esa sea, en el fondo, la respuesta. Nunca se acabó el PRI porque a sus usos y costumbres anclados en la corrupción, la impunidad, y en la aplicación discrecional y arbitraria de la ley son, en realidad, los mismos que los de esos dinosauritos que viven adentro de cada uno de nosotros.
Hay, sin embargo, otra explicación posible que se resume en una pregunta grande como una casa misma que también aborda Bartra en su texto: ¿Por qué el PAN, hecho gobierno, no terminó con el viejo PRI? ¿No pudo o no quiso? ¿Por qué no aprovechó Fox el tremendo golpe que supuso para el tricolor la pérdida de la Presidencia para darle el tiro de gracia al dinosaurio? ¿Qué hizo Calderón para debilitar al Institucional?
Aún habiéndoselo propuesto en serio, no hubiera sido fácil para el PAN acabar con el PRI. Los presidentes panistas han tenido, es claro y evidente, menos poder que los priistas. Las sintonías profundas entre los usos y costumbres del PRI y los de la mayoría de la población hacían y hacen difícil acabar con un partido cuyas prácticas están tan enraizadas socialmente. Con todo y todo, el PAN tuvo acceso a recursos de poder muy importantes y contó, además, con un porcentaje creciente de nuevas clases medias, mismas que podrían haberse convertido en la base social de una nueva forma de hacer política fundada en la igualdad efectiva ante la ley.
Por razones que cuesta trabajo entender, Acción Nacional no utilizó los recursos a su alcance para desmontar las bases de poder del PRI o, al menos, para impedir que rebotase al punto de estar en condiciones de recuperar la Presidencia de la República. Bartra sugiere como explicación la debilidad de las corrientes liberales frente a las conservadoras dentro del PAN. A este elemento, podríamos sumar la inexperiencia y, en muchos casos, franca ineptitud en el manejo del gobierno, así como la dificultad del PAN para dejar de asumirse como oposición.
Mi impresión es que, en el fondo, el PAN optó por ni siquiera herir de muerte al PRI por dos razones fundamentales. Primero, porque los panistas se acostumbraron muy rápido a las mieles de ejercer el poder al abrigo de la impunidad y hubiera estado difícil socavar los cimientos del poder priista sin tener que renunciar a dicha impunidad. Segundo, porque buscar desmontar las bases del poder del PRI y de su forma de hacer política hubiese implicado afectar los intereses de élites sociales muy poderosas, algunas de las cuales —los señores del dinero, por ejemplo— son el sustento fundamental, por no decir el corazón mismo —como bien ha argumentado Edward Gibson—, de un partido conservador como Acción Nacional.
Isabel Miranda de Wallace
Alfonso Zárate Flores (@alfonsozarate)
Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario, SC
El Universal
El jueves pasado, el mismo día en que EL UNIVERSAL publicó su más reciente encuesta sobre preferencias electorales en el DF que ubica al PAN con sólo 9% frente a 36% de las izquierdas y 23% del PRI, Acción Nacional presentó a doña Isabel Miranda de Wallace como precandidata al gobierno capitalino.
En una decisión que sorprende, pero que no es inédita, el PAN optó por una personalidad de la sociedad civil que no milita en su partido. Su postulación, como lo evidencia la encuesta de Demotecnia levantada esta misma semana, modifica radicalmente el escenario político del DF: “la competencia se pone a tercios”, sostiene María de las Heras.
La señora Miranda de Wallace es una de las figuras más respetadas de los liderazgos cívicos, del calibre de Alejandro Martí, Eduardo Gallo, Javier Sicilia, Julián Lebarón y algunos más que han tenido el temple para convertir dolor en acción.
Isabel, una mujer valiente, con una fortaleza y determinación admirables, promoverá una agenda ciudadana y lo hará con inteligencia. Interrogada sobre los riesgos de participar en un campo de batalla en el que todo se vale, ha dicho: “A lo que le tengo miedo es a la pobreza y a la impunidad”.
Su decisión ha sido recibida con simpatía y entusiasmo en muchos ámbitos, pero también ha sido objeto de censura y reprobación. Creo, sin embargo, que en un tiempo en el que ha crecido la exigencia de los movimientos civiles y las organizaciones sociales de abrir la política, la cosa pública, a las expresiones de la ciudadanía, la determinación de la señora Wallace es digna de encomio por lo que representa como señal de mejores tiempos. Frente al hartazgo y el desánimo que empieza a generalizarse, ella puede enarbolar con toda dignidad una idea clave: “ha llegado la hora de los ciudadanos”.
Doña Isabel no cuenta con la experiencia político-administrativa o legislativa exigible a quien aspire a gobernar el Distrito Federal. Es probable, asimismo, que no conozca a detalle los problemas de la ciudad de México. Nada de esto la descalifica. Sobre todo si se recuerda que muchos profesionales de la nómina, con una larga carrera en la administración pública y que conocen bien los entresijos de la ciudad, han dejado saldos lastimosos (al tiempo que se han enriquecido). Pero, además, por una razón muy simple: el gobierno en las sociedades contemporáneas no es tarea de una sola persona y la señora Wallace puede convocar a funcionarios honestos, servidores públicos sensibles, académicos y activistas sociales que conocen a fondo la problemática de la ciudad capital.
Como millones de mexicanos, se mantuvo durante mucho tiempo al margen de la política institucional. Sin embargo, un hecho dramático la impulsó a involucrarse activamente en la vida pública y, en ese ejercicio, ha demostrado una sorprendente capacidad de aprendizaje, compromiso e integridad.
La política, se ha dicho, es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos. Más aun en la difícil situación que vive el país y ante el pasmo que parece reinar en la esfera de los profesionales. Nunca, como hoy, nuestra vida pública reclamó con mayor urgencia la participación de ciudadanos dispuestos a enfrentar los desafíos y asumir responsabilidades de gobierno.
Naturalmente, la decisión de transitar del movimiento civil a la política electoral entraña un riesgo mayor. No el de perder en la contienda democrática, por la dificultad que implica competir contra los grandes intereses de quienes detentan el gobierno de la ciudad y el poder residual de quienes vienen dispuestos a recuperar lo que fue su dominio durante más de medio siglo. El verdadero riesgo reside en perder el enorme prestigio ganado a pulso, en ceder a la tentación del pragmatismo e incurrir en las contorsiones que acostumbran ciertos aspirantes que, sin mayor consistencia, parecen dispuestos a renunciar a la coherencia con tal de cultivar clientelas y “amarrar” sufragios.
Lo que ha dicho, hasta ahora, muestra que la señora Wallace no está dispuesta a disfrazarse de nada, que es ella misma y que defiende sus convicciones con honestidad. Ha mostrado que tiene el valor para enfrentarse a condiciones muy adversas…
Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario, SC
El Universal

En una decisión que sorprende, pero que no es inédita, el PAN optó por una personalidad de la sociedad civil que no milita en su partido. Su postulación, como lo evidencia la encuesta de Demotecnia levantada esta misma semana, modifica radicalmente el escenario político del DF: “la competencia se pone a tercios”, sostiene María de las Heras.
La señora Miranda de Wallace es una de las figuras más respetadas de los liderazgos cívicos, del calibre de Alejandro Martí, Eduardo Gallo, Javier Sicilia, Julián Lebarón y algunos más que han tenido el temple para convertir dolor en acción.
Isabel, una mujer valiente, con una fortaleza y determinación admirables, promoverá una agenda ciudadana y lo hará con inteligencia. Interrogada sobre los riesgos de participar en un campo de batalla en el que todo se vale, ha dicho: “A lo que le tengo miedo es a la pobreza y a la impunidad”.
Su decisión ha sido recibida con simpatía y entusiasmo en muchos ámbitos, pero también ha sido objeto de censura y reprobación. Creo, sin embargo, que en un tiempo en el que ha crecido la exigencia de los movimientos civiles y las organizaciones sociales de abrir la política, la cosa pública, a las expresiones de la ciudadanía, la determinación de la señora Wallace es digna de encomio por lo que representa como señal de mejores tiempos. Frente al hartazgo y el desánimo que empieza a generalizarse, ella puede enarbolar con toda dignidad una idea clave: “ha llegado la hora de los ciudadanos”.
Doña Isabel no cuenta con la experiencia político-administrativa o legislativa exigible a quien aspire a gobernar el Distrito Federal. Es probable, asimismo, que no conozca a detalle los problemas de la ciudad de México. Nada de esto la descalifica. Sobre todo si se recuerda que muchos profesionales de la nómina, con una larga carrera en la administración pública y que conocen bien los entresijos de la ciudad, han dejado saldos lastimosos (al tiempo que se han enriquecido). Pero, además, por una razón muy simple: el gobierno en las sociedades contemporáneas no es tarea de una sola persona y la señora Wallace puede convocar a funcionarios honestos, servidores públicos sensibles, académicos y activistas sociales que conocen a fondo la problemática de la ciudad capital.
Como millones de mexicanos, se mantuvo durante mucho tiempo al margen de la política institucional. Sin embargo, un hecho dramático la impulsó a involucrarse activamente en la vida pública y, en ese ejercicio, ha demostrado una sorprendente capacidad de aprendizaje, compromiso e integridad.
La política, se ha dicho, es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos. Más aun en la difícil situación que vive el país y ante el pasmo que parece reinar en la esfera de los profesionales. Nunca, como hoy, nuestra vida pública reclamó con mayor urgencia la participación de ciudadanos dispuestos a enfrentar los desafíos y asumir responsabilidades de gobierno.
Naturalmente, la decisión de transitar del movimiento civil a la política electoral entraña un riesgo mayor. No el de perder en la contienda democrática, por la dificultad que implica competir contra los grandes intereses de quienes detentan el gobierno de la ciudad y el poder residual de quienes vienen dispuestos a recuperar lo que fue su dominio durante más de medio siglo. El verdadero riesgo reside en perder el enorme prestigio ganado a pulso, en ceder a la tentación del pragmatismo e incurrir en las contorsiones que acostumbran ciertos aspirantes que, sin mayor consistencia, parecen dispuestos a renunciar a la coherencia con tal de cultivar clientelas y “amarrar” sufragios.
Lo que ha dicho, hasta ahora, muestra que la señora Wallace no está dispuesta a disfrazarse de nada, que es ella misma y que defiende sus convicciones con honestidad. Ha mostrado que tiene el valor para enfrentarse a condiciones muy adversas…
Prometer no empobrece
Carlos Elizondo Mayer-Serra (@carloselizondom)
elizondoms@yahoo.com.mx
Reforma
La campaña a la Presidencia en el 2006 de Andrés Manuel López Obrador tenía dos componentes centrales: las promesas de felicidad futura y la amenaza de castigo a los supuestos responsables de nuestras desgracias. En su actual campaña, a quienes antes amenazaba ahora les profesa amor, reconciliación y perdón. En donde sigue siendo el mismo es en prometer ocurrencias.
En noviembre del año pasado, por ejemplo, afirmó respecto al desempleo: "eso vamos a atenderlo nosotros, a 7 millones de jóvenes en los primeros meses. En seis semanas le doy empleo a cuatro millones...". Se trata de una mentira o una muestra de estupidez. En el 2011 se crearon casi 600 mil empleos con una tasa de crecimiento de 3.5 por ciento. Para cumplir la promesa de AMLO, en un regla de tres simple, la economía requería crecer 40 por ciento para generar 7 millones de empleos en un año.
AMLO no siempre dice lo mismo. En otras ocasiones ha prometido a 7 millones de jóvenes empleo y educación. No queda claro si una u otra o las dos, pero remata su promesa afirmando que se terminaron los rechazados en la UNAM o en cualquier otra institución de educación superior. Otra mentira o estupidez. ¿Quien se inscriba a la UNAM tendrá lugar asegurado? Sin ningún tipo de filtro, ¿se imaginan el nivel de los estudiantes?
Más allá de su pasión por las promesas fáciles, sorprende el poco eco que tienen. No encontré crítica entre sus adversarios a su promesa de crear 7 millones de empleos. Tampoco fue tema en los artículos de opinión. Ya nos acostumbramos a sus fantasías.
Partimos del equivocado principio de que para eso son las campañas, para inventar. Un error en la respuesta del precio del boleto del Metro es un escándalo, prometer alguna estupidez, no.
Esto es absurdo. Es mucho más grave prometer imposibles. Si gana el que ofrece este tipo de promesas y las trata de cumplir, llevaría al país a la quiebra. Cumplir ciertas promesas sí empobrece. Ahora bien, si gana y no las cumple, erosiona aún más el valor de la democracia. La buena noticia para AMLO es que si pierde la elección, siempre puede criticar a quien gane por no generar 7 millones de empleos. Eso es lo cómodo de ser oposición.
De las pocas cosas que permite la ley electoral es prometer. Si AMLO decidiera hacer un spot publicitario de sus fantasías para generar empleo, éste no podría quitarse del aire. La ley no castiga una promesa por más absurda que sea. Sin embargo, si el PAN o el PRI usaran ese material concluyendo que AMLO es un peligro para la estabilidad económica del país, el IFE podría suspender el spot por ser considerado una campaña negativa. Para la autoridad electoral, una campaña es negativa aunque la crítica esté bien fundamentada, basta que lastime al ofendido. En palabras de una sentencia del Tribunal: "...la Constitución prohíbe a los partidos políticos y coaliciones el empleo de cualquier expresión que denigre, aun cuando sea a propósito de una opinión o información y a pesar de que los calificativos pudieran encontrar apoyo en la literatura, la ciencia o la historia...". Habrá que ver si llegamos al extremo de que la autoridad electoral retire un spot porque agravia al ofendido que usen sus propias palabras, ya sea una mentira o un olvido.
Las campañas suelen estar basadas en vagas promesas. Casi nunca en decir cómo se van a alcanzar dichos ofrecimientos. AMLO tiene razón cuando pide debates a sus contrincantes, aunque semanales pueden ser muchos. Sin debates de verdad y abiertos, no como el del PAN del martes que asemejaba un diálogo de sordos, nos quedamos en el reino del rollo, donde cada quien va tirando su evangelio. La propia legislación es ambigua. Hay una confusión respecto a qué tipo de debates se puede hacer ante los medios de comunicación, con lo cual, si no se aclara, va a justificar a los que no quieren debatir el evitarlo.
Más allá de los catálogos de promesas, no hay siquiera claridad ideológica que permita entender qué tipo de modelo de país tienen los candidatos. AMLO no parece atreverse a mencionar que su modelo aparente es el estado nacionalista revolucionario que todo lo controla. Peña no acaba de decirnos si su estado eficaz es una variable de esa visión o si va en serio en sus promesas de liberalizar el sector petrolero y otros. El PAN no acaba de defender si en lo que cree es en el mercado con un estado limitado pero eficaz. Todos seguirán prometiendo banalidades o tonterías mientras no les cueste en el debate público.
elizondoms@yahoo.com.mx
Reforma

En noviembre del año pasado, por ejemplo, afirmó respecto al desempleo: "eso vamos a atenderlo nosotros, a 7 millones de jóvenes en los primeros meses. En seis semanas le doy empleo a cuatro millones...". Se trata de una mentira o una muestra de estupidez. En el 2011 se crearon casi 600 mil empleos con una tasa de crecimiento de 3.5 por ciento. Para cumplir la promesa de AMLO, en un regla de tres simple, la economía requería crecer 40 por ciento para generar 7 millones de empleos en un año.
AMLO no siempre dice lo mismo. En otras ocasiones ha prometido a 7 millones de jóvenes empleo y educación. No queda claro si una u otra o las dos, pero remata su promesa afirmando que se terminaron los rechazados en la UNAM o en cualquier otra institución de educación superior. Otra mentira o estupidez. ¿Quien se inscriba a la UNAM tendrá lugar asegurado? Sin ningún tipo de filtro, ¿se imaginan el nivel de los estudiantes?
Más allá de su pasión por las promesas fáciles, sorprende el poco eco que tienen. No encontré crítica entre sus adversarios a su promesa de crear 7 millones de empleos. Tampoco fue tema en los artículos de opinión. Ya nos acostumbramos a sus fantasías.
Partimos del equivocado principio de que para eso son las campañas, para inventar. Un error en la respuesta del precio del boleto del Metro es un escándalo, prometer alguna estupidez, no.
Esto es absurdo. Es mucho más grave prometer imposibles. Si gana el que ofrece este tipo de promesas y las trata de cumplir, llevaría al país a la quiebra. Cumplir ciertas promesas sí empobrece. Ahora bien, si gana y no las cumple, erosiona aún más el valor de la democracia. La buena noticia para AMLO es que si pierde la elección, siempre puede criticar a quien gane por no generar 7 millones de empleos. Eso es lo cómodo de ser oposición.
De las pocas cosas que permite la ley electoral es prometer. Si AMLO decidiera hacer un spot publicitario de sus fantasías para generar empleo, éste no podría quitarse del aire. La ley no castiga una promesa por más absurda que sea. Sin embargo, si el PAN o el PRI usaran ese material concluyendo que AMLO es un peligro para la estabilidad económica del país, el IFE podría suspender el spot por ser considerado una campaña negativa. Para la autoridad electoral, una campaña es negativa aunque la crítica esté bien fundamentada, basta que lastime al ofendido. En palabras de una sentencia del Tribunal: "...la Constitución prohíbe a los partidos políticos y coaliciones el empleo de cualquier expresión que denigre, aun cuando sea a propósito de una opinión o información y a pesar de que los calificativos pudieran encontrar apoyo en la literatura, la ciencia o la historia...". Habrá que ver si llegamos al extremo de que la autoridad electoral retire un spot porque agravia al ofendido que usen sus propias palabras, ya sea una mentira o un olvido.
Las campañas suelen estar basadas en vagas promesas. Casi nunca en decir cómo se van a alcanzar dichos ofrecimientos. AMLO tiene razón cuando pide debates a sus contrincantes, aunque semanales pueden ser muchos. Sin debates de verdad y abiertos, no como el del PAN del martes que asemejaba un diálogo de sordos, nos quedamos en el reino del rollo, donde cada quien va tirando su evangelio. La propia legislación es ambigua. Hay una confusión respecto a qué tipo de debates se puede hacer ante los medios de comunicación, con lo cual, si no se aclara, va a justificar a los que no quieren debatir el evitarlo.
Más allá de los catálogos de promesas, no hay siquiera claridad ideológica que permita entender qué tipo de modelo de país tienen los candidatos. AMLO no parece atreverse a mencionar que su modelo aparente es el estado nacionalista revolucionario que todo lo controla. Peña no acaba de decirnos si su estado eficaz es una variable de esa visión o si va en serio en sus promesas de liberalizar el sector petrolero y otros. El PAN no acaba de defender si en lo que cree es en el mercado con un estado limitado pero eficaz. Todos seguirán prometiendo banalidades o tonterías mientras no les cueste en el debate público.
El amor que mata
Ricardo Alemán (@RicardoAlemanMx)
Excélsior
Los lopezobradoristas montaron en las redes sociales la especie de que la señora Vázquez Mota se encontraba “borracha” durante una entrevista.
Apenas días después de que el candidato presidencial, Andrés Manuel López Obrador, diera los detalles de la República Amorosa que pregona por todo el país —y dizque se sustenta en el amor al prójimo y los valores morales—, los más reputados lopezobradoristas lanzaron una feroz campaña de difamación, bajezas y odio contra Josefina Vázquez Mota.
Todo comenzó cuando la aspirante presidencial del PAN trastabilló durante una entrevista radiofónica —con Ana Paula Ordorica y Pablo Hiriart—, lo que fue aprovechado por “los amorosos” lopezobradoristas, que —en horas— orquestaron una oleada de odio, difamación y bajezas lanzadas para lesionar la imagen y la popularidad de la puntera de las encuestas del partido azul, a la que endilgaron la acusación preferida contra Felipe Calderón.
Es decir que, a partir del tropezón verbal de la señora Vázquez Mota, los lopezobradoristas montaron en las redes sociales la especie de que la señora Vázquez Mota se encontraba “borracha” durante la entrevista radiofónica en cuestión. ¿Y cuáles eran las evidencias de la acusación difamatoria? Ninguna, más allá de que la puntera de los presidenciables azules parece imbatible, según los cálculos de López Obrador.
Y es que no tendría sentido que todo el aparato de desprestigio que moviliza AMLO contra sus adversarios, en esta ocasión se orientara para el desprestigio y la acusación calumniosa contra la señora Vázquez Mota, si es que AMLO no la considerara un riesgo para sus aspiraciones presidenciales.
Pero si se aprecia desde otro ángulo la andanada lanzada contra la señora Vázquez Mota, lo cierto es que la aspirante azul debiera agradecer que, incluso en las filas del lopezobradorismo, ya se le considere como la candidata formal del PAN. En otras palabras, que si los lopistas más reputados calumnian y difaman a la puntera de los azules, en realidad la están confirmando como la abanderada de Acción Nacional. Pero hay más: con sus ataques, resulta que los lopistas confirman que, en el caso de la “señora presidenta”, ven un verdadero peligro para las llamadas izquierdas.
Y resulta aún más curioso que los escuderos del amoroso López Obrador decidieran reciclar la difamación preferida durante todo el sexenio que está por terminar; a la campaña de odio que hace seis años lanzaron contra Felipe Calderón, al que difamaron con el argumento de que era un borracho.
Pero si alguien cree que ese tipo de campañas son una casualidad, baste recordar que, hace semanas, el mismo grupo de lopezobradoristas también empleó las redes sociales para enderezar una andanada de odio contra Enrique Peña Nieto, debido al tropiezo del mexiquense en la FIL de Guadalajara. Hoy el amor que mata fue lanzado contra la señora Vázquez Mota.
Lo simpático del asunto es que la existencia de una jauría de lopistas que, de tanto en tanto se lanzan contra alguno de los adversarios de AMLO, en realidad confirma que la “república del amor” no es más sino una chabacana ocurrencia engañabobos que sólo busca ganar votos, a costa de lo que sea, incluso de la tramposa prédica del amor. Y es que si las campañas sucias lanzadas desde el aparato de redes sociales de AMLO son “la república del amor” que se pregona en todo el país, entonces asistimos a una de las más formidables farsas político-electorales de la historia mexicana.
Y viene a cuento el tema porque la oleada de difamación contra la señora Vázquez Mota es apenas el inicio de la guerra sucia que viene y que podría salir de todos los partidos y se podría dirigir contra todos los aspirantes presidenciales, del color y partido que se quiera. Y, por lo que estamos viendo, los partidos y los candidatos recurrirán a todo, y todo es todo. Al tiempo.
EN EL CAMINO
Queda claro que a los partidos de la izquierda mexicana no se les dan la cultura y la práctica democráticas, sea en elecciones internas, sea en las encuestas. ¿Por qué? Porque todos saben que el candidato al GDF será Miguel Ángel Mancera, pero también todos tienen una mordaza, so pena de ser despedidos del gobierno de Marcelo Ebrard, quien al final enseñó el rostro autoritario. ¿Hasta cuándo podrán sostener la farsa?... Por cierto, en el PRI se dieron los reacomodos necesarios para enfrentar la nueva realidad de ese partido: la realidad sin el grupo de Humberto Moreira como fuerza hegemónica. Es decir que, al final de cuentas, el grupo de Manlio Fabio Beltrones consiguió que se reacomodaran las fichas y que las suyas fueran colocadas en posiciones estratégicas.
Excélsior
Los lopezobradoristas montaron en las redes sociales la especie de que la señora Vázquez Mota se encontraba “borracha” durante una entrevista.

Todo comenzó cuando la aspirante presidencial del PAN trastabilló durante una entrevista radiofónica —con Ana Paula Ordorica y Pablo Hiriart—, lo que fue aprovechado por “los amorosos” lopezobradoristas, que —en horas— orquestaron una oleada de odio, difamación y bajezas lanzadas para lesionar la imagen y la popularidad de la puntera de las encuestas del partido azul, a la que endilgaron la acusación preferida contra Felipe Calderón.
Es decir que, a partir del tropezón verbal de la señora Vázquez Mota, los lopezobradoristas montaron en las redes sociales la especie de que la señora Vázquez Mota se encontraba “borracha” durante la entrevista radiofónica en cuestión. ¿Y cuáles eran las evidencias de la acusación difamatoria? Ninguna, más allá de que la puntera de los presidenciables azules parece imbatible, según los cálculos de López Obrador.
Y es que no tendría sentido que todo el aparato de desprestigio que moviliza AMLO contra sus adversarios, en esta ocasión se orientara para el desprestigio y la acusación calumniosa contra la señora Vázquez Mota, si es que AMLO no la considerara un riesgo para sus aspiraciones presidenciales.
Pero si se aprecia desde otro ángulo la andanada lanzada contra la señora Vázquez Mota, lo cierto es que la aspirante azul debiera agradecer que, incluso en las filas del lopezobradorismo, ya se le considere como la candidata formal del PAN. En otras palabras, que si los lopistas más reputados calumnian y difaman a la puntera de los azules, en realidad la están confirmando como la abanderada de Acción Nacional. Pero hay más: con sus ataques, resulta que los lopistas confirman que, en el caso de la “señora presidenta”, ven un verdadero peligro para las llamadas izquierdas.
Y resulta aún más curioso que los escuderos del amoroso López Obrador decidieran reciclar la difamación preferida durante todo el sexenio que está por terminar; a la campaña de odio que hace seis años lanzaron contra Felipe Calderón, al que difamaron con el argumento de que era un borracho.
Pero si alguien cree que ese tipo de campañas son una casualidad, baste recordar que, hace semanas, el mismo grupo de lopezobradoristas también empleó las redes sociales para enderezar una andanada de odio contra Enrique Peña Nieto, debido al tropiezo del mexiquense en la FIL de Guadalajara. Hoy el amor que mata fue lanzado contra la señora Vázquez Mota.
Lo simpático del asunto es que la existencia de una jauría de lopistas que, de tanto en tanto se lanzan contra alguno de los adversarios de AMLO, en realidad confirma que la “república del amor” no es más sino una chabacana ocurrencia engañabobos que sólo busca ganar votos, a costa de lo que sea, incluso de la tramposa prédica del amor. Y es que si las campañas sucias lanzadas desde el aparato de redes sociales de AMLO son “la república del amor” que se pregona en todo el país, entonces asistimos a una de las más formidables farsas político-electorales de la historia mexicana.
Y viene a cuento el tema porque la oleada de difamación contra la señora Vázquez Mota es apenas el inicio de la guerra sucia que viene y que podría salir de todos los partidos y se podría dirigir contra todos los aspirantes presidenciales, del color y partido que se quiera. Y, por lo que estamos viendo, los partidos y los candidatos recurrirán a todo, y todo es todo. Al tiempo.
EN EL CAMINO
Queda claro que a los partidos de la izquierda mexicana no se les dan la cultura y la práctica democráticas, sea en elecciones internas, sea en las encuestas. ¿Por qué? Porque todos saben que el candidato al GDF será Miguel Ángel Mancera, pero también todos tienen una mordaza, so pena de ser despedidos del gobierno de Marcelo Ebrard, quien al final enseñó el rostro autoritario. ¿Hasta cuándo podrán sostener la farsa?... Por cierto, en el PRI se dieron los reacomodos necesarios para enfrentar la nueva realidad de ese partido: la realidad sin el grupo de Humberto Moreira como fuerza hegemónica. Es decir que, al final de cuentas, el grupo de Manlio Fabio Beltrones consiguió que se reacomodaran las fichas y que las suyas fueran colocadas en posiciones estratégicas.
Los tarahumaras
Carlos Tello Díaz
ctello@milenio.com
Carta de viaje
Milenio
En 1934, durante uno de sus viajes por Sudamérica, entre Buenos Aires y Río de Janeiro, donde era embajador, Alfonso Reyes escribió Yerbas del tarahumara. El poema evocaba una imagen que había visto de niño, en Chihuahua. Comenzaba así:
Han bajado los indios tarahumaras,
que es señal de mal año
y de cosecha pobre en la montaña.
Desnudos y curtidos
duros en la lustrosa piel manchada
denegridos de viento y sol, animan
las calles de Chihuahua.
Por esos años, en 1937, Antonin Artaud publicó Viaje al país de los tarahumaras. Artaud había sido sorprendido por el mismo espectáculo —los tarahumaras que bajan a mendigar a los pueblos, empujados por el hambre— que había impresionado a Reyes. “Cuando los tarahumaras bajan a las aldeas, mendigan”, escribió. “Es sorprendente. Se detienen frente a las puertas de las casas y se ponen de perfil… Si uno les da algo, no dan las gracias. Porque darle al que nada tiene para ellos no es propiamente un deber, sino una ley de reciprocidad física que el mundo blanco ha traicionado”. La pobreza, la sequía, el frío, el despojo, el hambre empujaban a los rarámuris (los de pies ligeros) a bajar de la montaña para mendigar en los pueblos de los chabochis.
Algo similar acaba de ocurrir. Hace una semana empezaron a aparecer notas sobre el hambre que azota la sierra Tarahumara. En ese contexto el líder del Frente Organizado de Campesinos Indígenas hizo unas declaraciones al Canal 28 de Chihuahua. “Hasta el 10 de diciembre, 50 mujeres y hombres fueron al barranco a estar un rato pensando, por la tristeza que no tienen qué comer sus hijos, y se arrojaron al barranco”, dijo. Las declaraciones, difundidas este fin de semana por las “redes sociales”, fueron noticia de primera plana en todos diarios a partir del lunes. Los mexicanos recolectaron alimentos y cobijas para los rarámuris. El gobierno de Chihuahua tuvo que desmentir que hubieran sido registrados suicidios por hambre, aunque aceptó que la situación era crítica en la sierra Tarahumara. ¿Qué sucedió? La misma historia que había impresionado a Artaud y a Reyes, y antes que ellos al explorador noruego Carl Lumholtz a fines del siglo XIX, que describe también la orfandad de los tarahumaras en su libro El México desconocido.
“Se trata en verdad del pueblo más inocente y desvalido de la Tierra”, escribió en los 60 Fernando Benítez en su Viaje a la Tarahumara, que publicó en el primer tomo de Los indios de México. Benítez hace un relato complejo de la vida de los tarahumaras, dispersos en la montaña, en comunidades pequeñas y aisladas, donde no llega el progreso (ni la ayuda). Por eso sorprende la simpleza de su conclusión: “El problema de los indios no es irresoluble. En el caso particular de los tarahumaras bastaría con darles la propiedad de sus tierras y hacer que ellos mismos explotaran sus bosques, para que de una vez por todas se sentaran las bases firmes de su progreso”. ¿Es verdad? ¿Podrían tener empresas forestales y mineras, o compañías turísticas para aprovechar la belleza de sus tierras? ¿Lo podrían hacer, sin dejar de ser tarahumaras? No. Los tarahumaras viven en la miseria no sólo por haber sido despojados por la cultura dominante (Lumholtz tiene esto que decir: “La civilización, tal como les llega a los tarahumaras, ningún beneficio les presta… La civilización va destruyéndoles su patria, pues cada vez ensanchan los blancos el límite de la suya”). Viven en la miseria, también, porque, frente a esa cultura, que es rapaz, su propia cultura, la que los hace ser lo que son, los pone en desventaja. ¿A qué me refiero? A la agricultura de subsistencia, que es improductiva; a la medicina tradicional, que resulta ineficaz; a la economía de prestigio, que sustrae recursos para la inversión; a la importancia del principio de igualdad social, que representa un freno al surgimiento de una clase empresarial en las comunidades; al uso predominante de la lengua indígena, que impide la comunicación con el resto de la sociedad. Por eso es trágico el destino de los tarahumaras. Porque, para superarlo, tendrían de dejar de ser lo que son.
ctello@milenio.com
Carta de viaje
Milenio

Han bajado los indios tarahumaras,
que es señal de mal año
y de cosecha pobre en la montaña.
Desnudos y curtidos
duros en la lustrosa piel manchada
denegridos de viento y sol, animan
las calles de Chihuahua.
Por esos años, en 1937, Antonin Artaud publicó Viaje al país de los tarahumaras. Artaud había sido sorprendido por el mismo espectáculo —los tarahumaras que bajan a mendigar a los pueblos, empujados por el hambre— que había impresionado a Reyes. “Cuando los tarahumaras bajan a las aldeas, mendigan”, escribió. “Es sorprendente. Se detienen frente a las puertas de las casas y se ponen de perfil… Si uno les da algo, no dan las gracias. Porque darle al que nada tiene para ellos no es propiamente un deber, sino una ley de reciprocidad física que el mundo blanco ha traicionado”. La pobreza, la sequía, el frío, el despojo, el hambre empujaban a los rarámuris (los de pies ligeros) a bajar de la montaña para mendigar en los pueblos de los chabochis.
Algo similar acaba de ocurrir. Hace una semana empezaron a aparecer notas sobre el hambre que azota la sierra Tarahumara. En ese contexto el líder del Frente Organizado de Campesinos Indígenas hizo unas declaraciones al Canal 28 de Chihuahua. “Hasta el 10 de diciembre, 50 mujeres y hombres fueron al barranco a estar un rato pensando, por la tristeza que no tienen qué comer sus hijos, y se arrojaron al barranco”, dijo. Las declaraciones, difundidas este fin de semana por las “redes sociales”, fueron noticia de primera plana en todos diarios a partir del lunes. Los mexicanos recolectaron alimentos y cobijas para los rarámuris. El gobierno de Chihuahua tuvo que desmentir que hubieran sido registrados suicidios por hambre, aunque aceptó que la situación era crítica en la sierra Tarahumara. ¿Qué sucedió? La misma historia que había impresionado a Artaud y a Reyes, y antes que ellos al explorador noruego Carl Lumholtz a fines del siglo XIX, que describe también la orfandad de los tarahumaras en su libro El México desconocido.
“Se trata en verdad del pueblo más inocente y desvalido de la Tierra”, escribió en los 60 Fernando Benítez en su Viaje a la Tarahumara, que publicó en el primer tomo de Los indios de México. Benítez hace un relato complejo de la vida de los tarahumaras, dispersos en la montaña, en comunidades pequeñas y aisladas, donde no llega el progreso (ni la ayuda). Por eso sorprende la simpleza de su conclusión: “El problema de los indios no es irresoluble. En el caso particular de los tarahumaras bastaría con darles la propiedad de sus tierras y hacer que ellos mismos explotaran sus bosques, para que de una vez por todas se sentaran las bases firmes de su progreso”. ¿Es verdad? ¿Podrían tener empresas forestales y mineras, o compañías turísticas para aprovechar la belleza de sus tierras? ¿Lo podrían hacer, sin dejar de ser tarahumaras? No. Los tarahumaras viven en la miseria no sólo por haber sido despojados por la cultura dominante (Lumholtz tiene esto que decir: “La civilización, tal como les llega a los tarahumaras, ningún beneficio les presta… La civilización va destruyéndoles su patria, pues cada vez ensanchan los blancos el límite de la suya”). Viven en la miseria, también, porque, frente a esa cultura, que es rapaz, su propia cultura, la que los hace ser lo que son, los pone en desventaja. ¿A qué me refiero? A la agricultura de subsistencia, que es improductiva; a la medicina tradicional, que resulta ineficaz; a la economía de prestigio, que sustrae recursos para la inversión; a la importancia del principio de igualdad social, que representa un freno al surgimiento de una clase empresarial en las comunidades; al uso predominante de la lengua indígena, que impide la comunicación con el resto de la sociedad. Por eso es trágico el destino de los tarahumaras. Porque, para superarlo, tendrían de dejar de ser lo que son.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)