marzo 10, 2012

La ola

Jaime Sánchez Susarrey (@SanchezSusarrey)
Reforma

No hay que tener una bola de cristal para predecir que la legalización de la marihuana está a la vuelta de la esquina y que todo indica que será en California donde primero suceda

Antes de venir a México, el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, adoptó una posición más flexible que Janet Napolitano, secretaria de Seguridad Nacional.

Ante la pregunta de si Estados Unidos se sumaría a un debate hemisférico, como el que está proponiendo el presidente de Guatemala, sobre el fin de la prohibición de las drogas, Biden respondió:
"Si bien hemos dejado claro que la Administración del Presidente Obama no apoya la legalización o la descriminalización de las drogas, damos la bienvenida a la oportunidad de discutir el tema..." (Reforma, 4/III/12).

El debate sobre la legalización de las drogas, al menos de la marihuana, no es nuevo en Estados Unidos. La Proposición 19, que se votó en California el 2 de noviembre de 2010, planteaba la legalización del consumo recreativo de la marihuana.

Y si bien es cierto que los electores rechazaron tal posibilidad por un margen considerable: 54 por ciento vs. 46 por ciento, la propuesta no está muerta y es probable que quienes la promovieron lo vuelvan a intentar en la elección de este año.

Pero el dato más interesante está en la encuesta nacional que publicó Gallup a finales de 2011: 50 por ciento de los estadounidenses están a favor de la legalización de la marihuana vs. 46 por ciento que considera que debe mantenerse ilegal.

Esta es la primera ocasión que la mayoría se pronuncia a favor de la legalización. El cambio en la percepción a lo largo de 40 años no podría haber sido más profundo. La primera medición de Gallup data de 1970 con 84 por ciento en contra y 12 por ciento a favor de la legalización.

Y todavía en 2006, la gran mayoría (60 por ciento) estaba en contra y sólo el 36 por ciento a favor. Esto significa que en un lapso de seis años se produjo un giro radical.

Estos cambios están, sin duda, asociados a factores generacionales. Las cifras son evidentes por sí mismas: el 62 por ciento de los jóvenes entre 18 y 29 años están a favor; entre 30 y 49 años aprueba el 56 por ciento; entre 50 y 64 años aprueba el 49 por ciento; con los mayores de 65 años la cifra de aprobación se reduce al 31 por ciento (Gallup, 2011).

Esto significa, en buen castellano, que estamos ante una tendencia irreversible. A lo que hay que agregar un factor adicional. La encuesta de Gallup 2010 encontró que el 70 por ciento de los estadounidenses están a favor de que los médicos receten la marihuana para aliviar el dolor y el sufrimiento.

Esto explica por qué la marihuana está legalizada con fines terapéuticos en 16 estados y el Distrito de Columbia. Y permite predecir que esa tendencia se acentuará rápidamente. De hecho, leyes similares se encuentran en estudio en otros 10 estados.

Ahora bien, como mucho se ha repetido, el uso con fines terapéuticos puede llegar a ser tan laxo como la prescripción de la marihuana para combatir el insomnio o la ansiedad.

El cambio que esto ha implicado en la producción, distribución y comercialización de la cannabis en Estados Unidos está ampliamente documentado. La revista Gatopardo publicó en 2008 un reportaje, muy ilustrativo, de David Samuels sobre la forma en que se cultiva y comercia la marihuana en California (http://info.upc.edu.pe/hemeroteca/tablas/actualidad/gatopardo/gatopardo94.htm).

Y como emblema de los nuevos tiempos está la foto y el reportaje sobre Paul Stanford, un magnate de 50 años, que goza retratándose en sus plantíos de marihuana y cuyos ingresos ascendieron entre 2009 y 2010 a 10 millones de dólares (La Razón, 3/I/12).

Curiosamente, pero por muy buenas razones, entre los opositores a la Proposición 19 -que se votó en California- se contaban justamente quienes se dedican al cultivo y venta de marihuana con fines medicinales. La razón es fácil de entender: perderían el monopolio de la distribución y venta de la cannabis.

No hay que tener, en consecuencia, una bola de cristal para predecir que la legalización de la marihuana está, prácticamente, a la vuelta de la esquina y que todo indica que será en California donde primero suceda.

Pero independientemente de eso, el cambio que está ocurriendo en Estados Unidos es una realidad. Para fines prácticos, la legalización terapéutica ha puesto la marihuana al alcance de millones de estadounidenses.

Por eso la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) de la ONU, presidida por Hamid Ghodse, un hombre de 74 años que es un verdadero cruzado contra las drogas, ha conminado al gobierno federal para que actúe aplicando la ley.

Y de hecho no le falta razón. Estados Unidos suscribió los acuerdos de la ONU y en ellos se establece la prohibición de la producción y consumo de la marihuana. De forma tal, el gobierno de Washington debería aplicar la ley independientemente de lo que hayan aprobado 16 estados y el Distrito de Columbia en sus legislaciones interiores.

Pero el hecho de que no ocurra así, y de que no haya probabilidades de que vaya a ocurrir, muestra, por sí solo, que el proceso de legalización de la marihuana es imparable.

Y permite pronosticar que ante el hecho consumado de la legalización de la cannabis para fines recreativos en un estado como California, la Casa Blanca no tendría otra opción que cruzarse de brazos.

Este contexto favorece, aunque no simplifica, la propuesta del presidente Otto Pérez Molina de abrir un debate hemisférico sobre la legalización de las drogas.

La urgencia y las razones en América Latina son distintas a las de Estados Unidos. Pero el cambio está en marcha y es el momento de montarse en la ola.

Washington no puede exigirle a América Latina lo que no práctica en casa.

El talón de Josefina

René Delgado
sobreaviso@latinmail.com
Sobreaviso
Reforma

Si la prudencia coronó la precampaña de Josefina Vázquez Mota, la indecisión amenaza ahora su campaña.

El festejo de su elección lo evaporó la selección interna de candidatos al Congreso, y la abanderada albiazul se desdibuja. La pésima conducción de esa segunda operación partidista la afecta y, ante esa circunstancia, la candidata y sus estrategas no muestran coraje. Por el contrario, dejan ver su talón de Aquiles: poco o nulo margen de maniobra frente a los operadores del partido: Felipe Calderón y Gustavo Madero... y un candidato presidencial fuerte, con gana de competir, no se conduce de esa manera.

Josefina Vázquez Mota repite un fenómeno que, en Acción Nacional, adquiere el carácter de síndrome: ganar elecciones sin conquistar el poder. Ganó la elección interna, está por verse si la candidatura.

A partir de la noche de su victoria, la candidata presidencial de Acción Nacional ha incurrido en varios errores estratégicos.

Precipitar la operación cicatriz con su principal adversario, cuando la herida era ella. Participar marginalmente en la integración de la lista de candidatos plurinominales al Congreso, sin rescatar espacios en ella. Limitar su intervención en las decisiones del partido. Mostrar docilidad ante el Ejecutivo en vez de marcar independencia. Titubear ante la candidatura a diputado de Fernando Larrazabal, símbolo por antonomasia de la descomposición y denigración de su partido, reduciendo su postura a tomarse la foto con quienes lo impugnan.

Si mañana, al rendir protesta como candidata presidencial, Josefina Vázquez Mota no deja el discurso complaciente y la sonrisa forzada para mandar señales claras de su decisión de encabezar y dirigir su propia campaña, quizá resulte cierto que no ganó la candidatura por sus aciertos, sino por los errores de Ernesto Cordero y su padrino. Como también porque, al final, Felipe Calderón -como Vicente Fox hizo con él- la haga suya sin quererla.

De la prudencia al coraje político hay una distancia, si Vázquez Mota no recorre pronto ese tramo, cobrará fuerza la idea de que sólo quería ser candidata. No más.

Ciertamente la generosidad en la victoria se agradece, pero hasta esa virtud política exige oficio para administrarla. Si se carece de oficio, la generosidad se confunde con la debilidad.

La precipitada operación cicatriz emprendida por Vázquez Mota con Ernesto Cordero no dejó huella de generosidad o de unidad sino de inseguridad en la victoria. Precipitarse a sumar a Cordero a la campaña de Vázquez Mota, cuando por cuenta del ex delfín presidencial corrieron los lances fuertes y las agresiones, es desconocer dónde y de quién eran las heridas.

Desde la parte escenográfica, se entiende que al final de una contienda los derrotados levanten el brazo de la ganadora como si nada hubiera pasado. Pero agotada la fiesta, el triunfador -en este caso, la triunfadora- debe convalidar su victoria mostrando mando y liderazgo en la toma decisiones para mostrarse como la cabeza del grupo hegemónico. Así es la política.

No se vio eso, después de la noche del 5 de febrero. Se aplicaron suturas y merthiolate en las cejas del boxeador que no había sido golpeado y no se abrió un compás para dejar que el tiempo también jugara.

La fragilidad de la victoria de Josefina Vázquez Mota fue ratificada en la integración del listado de candidatos plurinominales al Senado.

La precandidata triunfadora apenas pudo colocar, quién sabe si atinadamente, a dos de los suyos en esa lista: Roberto Gil Zuarth y María Dolores del Río Sánchez. Vale dudar del tino de esa decisión porque si el coordinador de la campaña que aún no empieza se cala un paracaídas legislativo, no es aventurado pensar que hay cierta duda sobre la competitividad de quien pretende la residencia oficial de Los Pinos.

Más allá del tino o no de esa decisión, en el listado destaca cómo el calderonismo copó la mayor parte de los espacios: su delfín, la prima de su esposa, su hermana, su paisano, su amigo convaleciente, su otro ex secretario particular ya pueden verse arrellanándose en un escaño con o sin méritos para ocuparlo. De ese modo, el equipo de Vázquez Mota se quedó como el chinito: nomás milando. Hasta el ex jefe de comunicación de Los Pinos, del PAN y del delfín que se ahogó, Maximiliano Cortázar, encontró asiento en una curul y fuero para su tranquilidad. No pudo con "la narrativa" del discurso -así le dicen, ahora- del Presidente, del líder del partido ni del delfín, pero fue condecorado como parlamentario.

Si Vázquez Mota se alzó con la victoria en la contienda por la candidatura presidencial, el listado de candidatos plurinominales al Congreso obliga a preguntar: ¿qué fue lo que ganó?

Con eso de que el calderonismo ha resultado muy bueno para diseñar operaciones políticas que salen al revés, no acaba de entenderse a quién representa el dirigente del partido, Gustavo Madero. Sin entrar a especular con ese misterioso enigma, lo asombroso es que Vázquez Mota no incida en las decisiones del partido.

Suena bien, de entrada, que la virtual candidata presidencial diferencie su rol como tal del rol del dirigente del partido, pero no deja de asombrar que aparezca marginada de las decisiones de la organización que, supuestamente, la postula.

A esa marginación se suma un hecho que quizá más adelante resuelva Vázquez Mota: su docilidad frente al jefe del Ejecutivo. Es posible que todavía no sea el momento de marcar distancia ante Felipe Calderón -esa operación siempre resulta delicada a la candidata o el candidato del partido en el gobierno-, pero mostrarse dependiente de él no ayuda a perfilar una figura con independencia y soberanía en sus propias decisiones.

El asunto no es sencillo, el mandatario ha prometido cerrar la boca en cuanto al proceso electoral se refiere pero no ha dicho si va a cerrar la cartera y, desde luego, los recursos públicos influyen en la posibilidad de repetir en el gobierno. No es fácil determinar la distancia indicada entre la candidata y el jefe del Ejecutivo, pero de eso a ni siquiera plantearse el problema es ignorar que el calderonismo quizá no sea un activo para la campaña.

Josefina Vázquez Mota ganó la candidatura presidencial, pero hasta ahora no se ha mostrado como candidata... sólo deja ver su talón.

Ojalá no se repita lo ya visto: recibir el respaldo del jefe Ejecutivo para hacerla ganar la elección a como dé lugar y tener una jefa del Ejecutivo maniatada, amordazada e inmovilizada sin ni siquiera haber tocado la puerta de Los Pinos.

De 'jotos' y otras inconsecuencias

Yuriria Sierra (@YuririaSierra)
Nudo Gordiano
Excélsior

Las de AMLO y Juan Pablo Castro no son las únicas incongruencias e insensateces, a razón de las Juanitas que se destaparon...

El escándalo con el que amanecimos ayer lo protagonizó Juan Pablo Castro. Este joven universitario, miembro de las juventudes panistas, arremetió contra los gobiernos perredistas en la Ciudad de México. Hizo referencia directa al “matrimonio de jotos” y el aborto, así, textual, y lo hizo en el pleno de la Asamblea Legislativa durante una de las sesiones que realizan los miembros de estas juventudes de todos los partidos políticos. Hasta el mediodía de ayer el joven había cerrado sus cuentas en redes sociales; las abrió de nuevo para disculparse por lo dicho, no así para retractarse. Pero eso no impidió que los panistas se pusieran verdes.

Y es que curioso es que el Partido Acción Nacional, que este año rompe con los esquemas que tradicionalmente se le adjudican a un partido de derecha, conservador, pues, lanza a sus dos más importantes candidaturas a mujeres. Pero también puede ser una oportunidad para ellas, tanto para Josefina Vázquez Mota, candidata a la Presidencia con filiación panista, y para Isabel Miranda de Wallace , candidata a la Jefatura de Gobierno en el Distrito Federal, para que fijen postura respecto a estos temas y puedan, así, provocar a quienes se encuentran al centro y a la izquierda. Tal como lo hizo a media tarde Vázquez Mota, pues no son tiempos para el retroceso. “Encuentro inadmisible la intolerancia en el #MéxicoParaTodos. Respetar la diversidad es respetarnos a nosotros mismos”, escribía Josefina Vázquez Mota en su cuenta de Twitter en clara alusión a las reprobables declaraciones de Juan Pablo Castro.

Y es que ása es mucho mejor idea que la evasión, que es la que hoy emplea Andrés Manuel López Obrador cuando se le cuestiona sobre la candidatura al Senado de Manuel Bartlett. Pues ¿qué no él (Manuel) fue el artífice del “fraude” que hizo presidente a Carlos Salinas de Gortari? El “se cayó el sistema” es una frase escrita en la historia de nuestro país, y que ha sido, o en realidad es, uno de los pilares del movimiento “legítimo” de AMLO, el motor de cada argumento que ha expuesto desde el día uno en que no aceptó la derrota en 2006. El más preciso antecedente de todo aquello que El Peje ha hecho argumento desde 2006.

Dice hoy que Bartlett ha sido consecuente con su salida del PRI y su postura sobre temas de energéticos. Quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra. Que no nos apresuremos a juzgar, que no nos anclemos en el pasado. O sea, ¿con esto deberemos entender que ya lo perdonaron? ¿O que, en realidad, no hubo fraude en 1988 y su posible escaño (porque deberá hacer campaña e ir en buscar de votos) es una manera de compensarlo por tantos años de ataques? ¿O somos ingenuos y será que el amor político que hoy AMLO predica, alcanza para eso y más?

Pero las de AMLO y Juan Pablo Castro no son las únicas incongruencias e insensateces, a razón de las Juanitas que se destaparon a inicios de semana; la secretaria general del PRI, Cristina Díaz, asegura que no deberíamos asombrarnos, pues la ley insta a que exista esta figura. Se sustentó con las, sí, evidentes lagunas que existen en las leyes, pero aquí, entonces, pensamos que su lógica no lo es tanto, pues aun así no hay razones para seguirla llevando a cabo cuando ya hay tantos antecedentes sobre lo que se está haciendo por la equidad de género. Aunque queda claro que así no lo entienden, o de lo contrario, jamás habrían salido a luz los nombres que conocimos hace unos días.