marzo 26, 2012

Contra la corrupción

Ricardo Raphael (@ricardomraphael)
Analista Político
El Universal

Casi tan nefasto como un régimen autoritario es una democracia corrupta. De hecho resulta difícil distinguirles. Ambos arrojan injusticia y arbitrariedad, los dos vulneran y desigualan, uno y otro terminan despertando rechazo y por lo tanto ilegitimidad.

Si algo hay que reclamarle a los gobiernos de la alternancia es que no hayan logrado resolver la abultada corrupción que sigue haciendo de las suyas en todos los rincones del Estado. No importa dónde se ponga la mirada, en la policía o el ministerio público, en las aduanas o los agentes migratorios, en las obras públicas o los permisos de construcción, en las compras del gobierno o en las plazas de los maestros, en los hospitales o en los juzgados civiles.

Cada tramo de la gestión gubernamental está vulnerado por rendijas que hacen posible, para unos cuantos, apropiarse de los recursos que son de todos; que privatizan lo que debería ser público.

En este tema, tan grave como el hurto de lo ajeno es el despilfarro. Las obras fastuosas que se han puesto de moda agravian porque igual implican arbitrariedad. Cuando el gobernante no sabe jerarquizar prioridades y prefiere hacer demagogia con el dinero del contribuyente está corrompiendo la racionalidad y la coherencia que el gasto público merece, sobre todo en un país donde las carencias son tantas. En esta hebra de argumentos no sorprende constatar que el principal reclamo hecho por las y los mexicanos a su democracia tiene que ver con la corrupción. Según el Latinobarómetro de 2011, 55% de la población coloca este fenómeno como el principal problema político de nuestro recién estrenado régimen. La misma encuesta recoge como propuesta popular la necesidad de contar con mayor transparencia; 36% la exige para el conjunto del Estado mexicano.

Contrastan con esta percepción general los muchos esfuerzos que el país ha emprendido durante la última década en favor del acceso a la información, la transparencia, el control y la fiscalización, en concreto, en favor de la rendición de cuentas. La paradoja no puede pasar inadvertida: tanta energía para combatir la corrupción no ha dado todavía resultados satisfactorios para los gobernados.

Sería falso afirmar que los gobiernos panistas sean más corruptos que sus antecesores. Igual de erróneo sería asumir que nada se ha hecho para enfrentar este problema traído por nuestra cultura desde los tiempos de la Colonia. La última década se caracteriza justamente por lo contrario. Por una enorme cantidad de instituciones, normas, procedimientos y pedagogías dispuestas, todas, para atacar la corrupción. Acaso llegó el momento de abordar el tema desde otra perspectiva. Probablemente la prevalencia de la corrupción se debe a que los esfuerzos invertidos en favor de la rendición de cuentas no han sido articulados de manera eficiente. La explicación del fracaso se encuentra ciertamente en lo que Mauricio Merino, cabeza de la Red por la Rendición de Cuentas, ha llamado la fragmentación y dispersión del sistema. No contamos todavía con cuentas claras, tampoco con responsables identificables, mucho menos con mecanismos exitosos para exigir que los sujetos autores del despilfarro o la corrupción paguen por las consecuencias de sus actos.

La fragmentación del sistema ocurre porque a nivel federal las responsabilidades se diluyen. No se articulan de manera virtuosa, por ejemplo, las funciones de la ASF, las de la Secretaría de la Función Pública o las que corresponden a la PGR (cuando de las irregularidades pueden derivarse delitos penales). Luego, en el ámbito del gobierno local, la fragmentación se multiplica al infinito. Las autoridades municipales y estatales responsables de controlar y fiscalizar están, en su mayoría, sometidas a los poderes que deberían vigilar. Son territorios opacos y por tanto ostentosamente abusivos. La Red por la Rendición de Cuentas, organismo ciudadano que se ha impuesto como misión combatir la fragmentación del sistema, presentó el viernes pasado una propuesta a todos los partidos y logró de parte de sus principales líderes un compromiso con tal agenda.

El trecho es todavía largo pero si no se recorre, la corrupción terminará deslegitimando hasta el último de los pilares de nuestra incipiente democracia. ¿Cómo hacer para que el reclamo social contra la corrupción se convierta en una exigencia eficaz por la rendición de cuentas? Responder a esta interrogante es el reto de la Red y, sin duda, del resto de los mexicanos que necesitamos ver superada la vasta impunidad que todavía nos gobierna.

Treinta y cinco años

Víctor Beltri (@vbeltri)
Analista político
contacto@victorbeltri.com
Excélsior

Para Silvana, la más maja de las madrileñas.

En 1521, y tras cruzar el mundo en busca de fama y fortuna, un puñado de valientes libró una batalla decisiva contra un pueblo magnífico que estuvo dispuesto a luchar hasta la muerte por defender una pequeña isla, en medio de un lago salobre, en donde había sido construida la ciudad más hermosa del mundo.

Hay una placa que conmemora esta batalla, en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. El mensaje resume a la perfección esta historia de arrojo y valentía: “El 13 de agosto de 1521, heroicamente defendido por Cuauhtémoc, cayó Tlatelolco en poder de Hernán Cortés. No fue triunfo ni derrota; fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy”.

La placa no podría estar en un lugar más adecuado. No sólo por el hecho histórico de que la batalla haya sido librada precisamente ahí, sino por lo que Tlatelolco significa para México. En algún momento sede del mercado más grande de Mesoamérica, Tlatelolco fue también el lugar en donde ocurrió la terrible matanza de estudiantes en 1968, despertando la consciencia nacional sobre el autoritarismo y la represión que se vivía en aquellos tiempos. En Tlatelolco, también, se firmó el tratado que libró a América Latina de armas nucleares, mismo que representó un Premio Nobel de la Paz para la diplomacia mexicana. Tlatelolco es, así mismo, el lugar emblemático del terremoto que devastó a la Ciudad de México en 1985. Fecha tras fecha. Sufrimientos y alegrías. Resurgimientos continuos.

México, como lo asienta la placa citada anteriormente, es un pueblo eminentemente mestizo. Las tradiciones, la cultura, el sincretismo religioso. Mezcla perfecta de dos pueblos que, sin saberlo, crearon con su encuentro una historia completamente diferente y que, abrevando de ambos, encontró su propio camino. México no podría comprenderse sin la influencia de aztecas y españoles, así como España no podría entenderse sin México.

En la primera mitad del siglo veinte, ante la llegada de la dictadura de Francisco Franco, México decidió cerrar la puerta al autoritarismo al tiempo que la abría a los ciudadanos españoles, quienes llegaron a hacer las américas sin darse cuenta de que terminarían hechos por las mismas. El aporte de esa generación de españoles en México fue formidable en términos no sólo comerciales, sino de industria y sobre todo de conocimiento. México estaría en deuda con España por lo que sus hijos han dejado en nuestra tierra, si no fuera porque la deuda fue saldada con la hospitalidad y el cariño que propició que aquellos españoles terminaran integrándose en la sociedad mexicana, inculcando a sus descendientes el amor y el compromiso con su nueva patria. Los hijos y nietos de aquellos españoles son tan mexicanos como el que más, aunque sigan comiendo fabes y morcilla los domingos mientras despotrican contra el Florentino Pérez de turno.

Dos pueblos tan unidos no podían seguir separados y, así, el 28 de marzo de 1977, se reanudaron las relaciones diplomáticas entre ambos tras la muerte del dictador. Es, indudablemente, una ocasión gozosa celebrar en esta semana los 35 años de una relación que no podría encontrarse en mejor momento: los resultados de una atinada gestión de los temas económicos entre ambas naciones; la cooperación técnica y científica; el intercambio cultural creciente y el grado de entendimiento que permite un discurso político fluido, no son sino el marco de referencia para evidenciar el interés mutuo y el cariño de dos pueblos que reconocen su cercanía y demandan lazos más estrechos, historias entrelazadas y condiciones propicias para que la relación entre ambos sea cada vez más cercana.

Esta cercanía, éste intercambio, éstos resultados, no son sino el reflejo de la dedicación de la cancillería mexicana por cuidar la que debe de ser su puerta a Europa y socio más que natural. Hay mucho que aprender, sin embargo, de los dos lados. La experiencia española en la transición democrática, en el momento en que México trata de consolidar sus propias instituciones, es poco menos que invaluable. La proyección de las empresas españolas a nivel internacional, el desarrollo de una marca-país para atraer el turismo: lecciones indispensables para México. España, por su parte, puede aprender de las soluciones que los economistas mexicanos han desarrollado para enfrentar crisis tan graves como la que los ibéricos atraviesan en estos momentos, así como de la manera de conciliar intereses, favorablemente, de vecinos que se encuentran en una relación asimétrica, lo cual es indudablemente, en nuestro caso, un logro más de la cancillería mexicana.

México y España están de plácemes, ésta semana. Treinta y cinco años, de iure, de una relación de facto que se remonta a más de cinco siglos y no ha hecho sino enriquecer, en todos los sentidos, a las dos naciones. Una relación que se enfrenta, cada día, a nuevos retos por resolver, en diferentes arenas. Económicas, comerciales, políticas, culturales, asignaturas para dos países que comparten no sólo raíces sino frutos, y cuyas historias se entreveran y proyectan a futuro en una relación que en estos momentos se antoja inmejorable. Dos naciones que siguen tejiendo, entre sí, un tejido incomparable en el que las semejanzas los acercan mientras que sus diferencias, indiscutiblemente, los enriquecen. Así, ésta semana, no digamos simplemente ¡viva México! o ¡viva España! Más bien, celebremos la amistad incomparable entre dos pueblos que se reconocen y quieren ser cada vez más cercanos. Y que los 35 sigan contando, sin detenerse.

Imágenes de un desprecio… imaginario

Carlos Marín
cmarin@milenio.com
El asalto a la razón
Milenio

Atenidos a las imágenes televisivas, no cabía duda: Guadalupe Acosta Naranjo, presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, desairó el viernes de manera ostensible y “majadera” el saludo del presidente Felipe Calderón, dejándolo con la mano extendida y la sonrisa de nervios congelada.

El desaire pudo verlo gran parte de la población católica del mundo, durante la transmisión de la llegada de Benedicto XVI al aeropuerto de Silao, y ocurrió en 10 segundos, inmediatamente después de que el perredista saludara al pontífice.

Consecuencia lógica: la “leperada” desató la lengua de periodistas formados en la adjetivación y la imaginación, más que en el reporteo, que ni siquiera comentaron el hecho de que el Presidente, en contraste con lo que se le vio hacer a Acosta, lo había mencionado respetuosamente en su discurso de bienvenida.

Una conductora de televisión restringida, por ejemplo, mientras se retransmitían las imágenes bochornosas, comentó que “el Presidente solamente se limita a reír y a buscar la cara de alguien amigable…”.

El comportamiento del diputado Acosta, informó, “se convirtió en trending topic en las redes sociales: 10 mil 560 tuiteros están hablando de este tema con opiniones a favor y en contra. Y hay que recordar que en 2006 los perredistas propusieron desconocer a Felipe Calderón como Presidente de México, y Acosta Naranjo decidió hacerlo hoy, ante el papa Benedicto XVI…”.

Para el autor de estas líneas lo visto nada tenía que ver con la realidad de lo que cree saber, así que buscó (sin éxito) al grosero y terminó hablando con el senador Carlos Navarrete.

El correligionario y amigo de Acosta no tenía idea del incidente, pero, con la información que tenía (que Calderón y Acosta habían viajado en el mismo helicóptero al aeropuerto de la Ciudad de México para tomar el avión que los llevaría, quizá juntos también, al de Silao), dedujo inteligentemente que debió ser algo relacionado con el dichoso protocolo: “Guadalupe me comentó que tenía muy claro que sólo debía saludar al Papa…”.

Y eso, efectivamente, es lo que pasó: entrevistado in situ por Carlos Zúñiga para MILENIO Televisión, Acosta dejó en claro que había sido prevenido de saludar únicamente al Papa.

Lo cortés, suele decirse, no quita lo valiente, tal y como se comprobó este domingo en las faldas del Cerro del Cubilete, donde el ex presidente Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador se saludaron poco antes de la misa que encabezó el prominente visitante.

“No lo podía dejar con la mano extendida”, dijo el candidato de la coalición de izquierda con llana sensatez.

¡Vaya lección! para quienes creen a pie juntillas aquello de que “una imagen vale más que mil palabras”.

¿Quién iba a imaginar que el diputado, al acatar las reglas protocolarias, quedaría fugazmente como lépero y vulgar?

… o que el responsable de la repentina mala imagen de Acosta Naranjo fuera Calderón, a quien, por no contener un gesto de atención, se le olvidó que allí, en ese preciso momento, el personaje importante no era él.