abril 12, 2012

Paco Calderón




Elección vacía

Blanca Heredia (@BlancaHerediaR)
La Razón

Será como han mencionado algunos comentaristas que los candidatos a la Presidencia andan tras el votante medio. Será que a todos les falta, digamos, chispa y estatura. Será que los asesores de imagen les han dicho que, en medio de la violencia, el electorado no quiere gritos y sombrerazos. No queda clara la razón, pero el hecho es que las campañas empezaron grises.

Sí, cada candidato tiene sus slogans, sus anuncios, sus discursos y sus colores, pero verlos es como ver una película aburrida en blanco y negro. Que el puntero se cuide de tomar riesgos se entiende. Que Vázquez Mota y López Obrador anden tan cuidadosos no se entiende para nada. ¿Será que ya se dieron por derrotados?

Las campañas dan entre flojera y tristeza. Alguna que otra frase curiosa y alguno que otro ingrediente del set producidos por ejércitos de asesores que deben estar costando una fortuna. Chistes en torno al último desliz de Josefina, mofa sobre la onda peace and love de López Obrador, y una mezcla entre resignación y descreimiento frente al candidato muy bien peinadito del institucional. Poco más.

En unos cuantos meses uno de esos personajes será el o la Presidenta de México. Da un poco de escalofrío pensarlo. Tantísimo en juego y todos —ellos y ella, incluidos— sin mojarnos. Deben pasarse el día “operando” quién les va a juntar los dineros y los votos, discutiendo acaloradamente si los resultados del último reporte de los grupos de enfoque son útiles o no. El país de carne y hueso, el del miedo, la zozobra y la sangre lejos, muy lejos. También lejos el país posible, el deseable, el que sería indispensable.

Leía hace unos días el libro Los muchachos perdidos de Loza y Padgett sobre el bono demográfico vuelto jóvenes perdidos. Además del horror visceral que me produjo acercarme a esos chicos de 16 años que habitan las correccionales del D.F., que literalmente adoran los tenis Nike y que tienen ya varios asesinatos y secuestros en su haber, no podía dejar de preguntarme qué tiene que ver el país que los produjo con ese otro en el que parecen moverse, comer, dormir y pensar los candidatos a la Presidencia.

Me hago preguntas parecidas con respecto a las famosas “clases medias”. ¿A qué parte del clasemediero le hablan o pretenden hablarle? ¿A la que tiene miedo de perder lo poco o mucho que ha conseguido o a la que quiere más y mejor de todo?

Mucho de lo gris que tiene esta contienda electoral tiene que ver con la distancia enorme entre el puntero y el resto. La ventaja de Peña Nieto produce el efecto de una elección cuyo resultado se conoce ya y eso desanima y le resta emoción al partido. Pero tengo la impresión de que hay algo más. Un disconnect completo de los candidatos con respecto al país, a ese país que se quedó sin asideros comunes y sin narrativa colectiva.

Otro nombre

Macario Schettino (@macariomx)
schettino@eluniversal.com.mx
Profesor de Humanidades del ITESM-CCM
El Universal

Vamos a tener que buscar otro nombre para las crisis, porque ese ya no sirve mucho. Muchos creen que la crisis económica continúa (en Estados Unidos) porque el desempleo sigue en niveles muy superiores a lo que se tenía antes de 2008

Sin embargo, cuando uno ve otros indicadores, resulta que la crisis hace rato que terminó, o en el peor de los casos, está ya terminando. Así ocurre con el ingreso de las personas, con las ventas al menudeo o con la actividad industrial, las otras tres series que usa la National Bureau of Economic Research para decretar inicios y fines de recesión.

La actividad industrial en el país vecino está creciendo a un ritmo superior al 4% anual. Va a ser el tercer año en que lo logre, de manera consecutiva, borrando la gran caída de 2009, de poco más de 11%, y quedando ya muy cerca de compensar incluso la caída de 2008, de poco más de 3%. Pero, mientras esta recuperación es casi completa, el desempleo está en niveles muy elevados, como decíamos. Antes de esta crisis, y durante 25 años, el desempleo se movía entre 4 y 6% de la población económicamente activa, aunque de noviembre de 1990 a agosto de 1994 estuvo entre 6 y 8%.

Pero ahora lleva ya mucho tiempo por encima incluso de ese nivel. Desde enero de 2009 la tasa de desempleo en Estados Unidos es superior al 8%. Pero el desempleo no es igual para todos. Quienes tienen título universitario enfrentan una tasa de desempleo de 4%. Los que tienen la preparatoria completa, en cambio, alcanzan 9% de desempleo. Y quienes no completaron la prepa rondan el 14%. Cabe aclarar que la proporción en la tasa de desempleo no ha variado mucho en los últimos veinte años, que es para los que hay datos. Desde los noventa, el desempleo entre personas sin preparatoria es entre 3 y 4 veces mayor, y el de quienes tienen preparatoria completa, dos veces mayor que el de los universitarios. Sí hay variaciones, aparentemente relacionadas al ciclo económico: cuando la economía crece, contratan proporcionalmente más personas con universidad, de forma que los otros dos grupos se vuelven “relativamente” más desempleados.

Sin embargo, cuando a la tasa de desempleo añadimos el ingreso, la situación es muy diferente. De manera casi sostenida, el ingreso de quienes tienen título universitario se ha separado de quienes no lo tienen. Comparando entre quienes tienen título y quienes sólo terminaron preparatoria, hasta fines de los setenta la diferencia era de 40% a favor de los primeros. Pero desde entonces ha venido creciendo, y en el último dato (2010) era un poco mayor al 100%.

Desde hace algunos años hemos insistido en estas páginas en que la forma de producir es cada vez menos intensiva en mano de obra, especialmente en los países desarrollados. Si sumamos a ello la incorporación de 2 mil millones de personas al mercado, que antes no estaban (China e India), es claro el por qué de la mayor disparidad, asociada al nivel educativo. Por un lado, se requiere menos mano de obra con baja calificación por unidad producida; por otro, hay más mano de obra con ese nivel de calificación.

Me parece que no hemos aquilatado el impacto que tiene la mayor intensidad tecnológica en la producción. Cada día se requiere menos participación humana por unidad producida. Esto puede ser una gran noticia, puesto que podremos tener más bienes y servicios con menor trabajo. Pero es también un problema, porque significa que muchas personas van a tener serias dificultades para obtener un ingreso.

Déjeme ir a España por un momento, en donde la mitad de los jóvenes no tiene empleo. Buena parte de ellos, con alto nivel educativo. El mercado no abre espacio para ellos, al menos en parte por lo que comentamos: cada vez se requiere menos trabajo humano para obtener una unidad producida. No dudo que haya muchos otros factores, incluyendo una legislación laboral rígida, que se sumen.

El punto relevante es que necesitamos entender que la transformación económica en que estamos es muy profunda, y que buena parte de lo que vivimos durante el siglo XX ya no tiene sentido, incluyendo el empleo, aunque suene muy extraño. Déjeme darle dos ejemplos de estos cambios, como ilustración. Hasta inicios del siglo XIX, no existía el empleo. Había artesanos con sus ayudantes, y había muchos peones en los campos. Había ya una burocracia creciente, y también cada vez más trabajo asociado a la educación. Durante el siglo XIX, el empleo como hoy lo conocemos empezó a crecer, pero fundamentalmente en la industria. La clase obrera, pues.

Durante el siglo XX esa clase obrera fue reduciéndose, y en su lugar crecía la “clase empleada”, los de cuello blanco como les dicen en Estados Unidos. Esa clase empleada es la que hoy desaparece. Walter Russel Mead, a quien hemos citado en otras ocasiones, le llama a ese arreglo del siglo XX el “modelo azul” porque se trasladaron los beneficios de la clase obrera, ganados en la primera mitad del siglo, a la clase empleada. Lo que las crisis financieras recientes nos muestran es que ese modelo ha terminado. Y el enojo de los indignados, y de griegos, italianos y españoles, es que lo que ellos creyeron que siempre funcionaría, para lo que se prepararon, no existe más. No hay empleo vitalicio, no hay prestaciones, no hay jubilación temprana bien pagada. Ya no más.

Pero eso no es una crisis, y por eso digo que hay que buscar otro nombre. No es una crisis porque no es un asunto pasajero, ni tiene que ver con los villanos de siempre, los financieros, como muchos creen. Es una transformación profunda, que nos encamina a nuevos arreglos sociales. Nada fáciles de imaginar, por cierto. Pero vamos a intentarlo en estas páginas, a ver qué logramos.

Verdadero cambio: legalizar

Jorge G. Castañeda (@JorgeGCastaneda)
jorgegcastaneda@gmail.com
Reforma

El pasado 8 de abril, los expresidentes Cardoso, Gaviria y Zedillo publicaron un nuevo artículo sobre el tema de las drogas en América Latina. En el mismo tenor que sus pronunciamientos anteriores, pero con mayor precisión y de manera más explícita, reiteran que "cuarenta años de inmensos esfuerzos no lograron reducir ni la producción ni el consumo de drogas ilícitas [...] frente a la ineficacia y las consecuencias desastrosas de la guerra contra las drogas [reconocido] el fracaso de la estrategia prohibicionista y la urgencia de abrir un debate sobre políticas alternativas".

Hablan ya de regular la mariguana como el alcohol y el tabaco. Felicitan a los presidentes de Guatemala, Colombia y Costa Rica por empezar a proponer opciones y hablan de las experiencias recientes: "Europa en materia de salud pública y reducción de daños; experimentos médicos de algunos estados de Estados Unidos con usos medicinales de la marihuana; la movilización de los sectores empresariales y de la comunidad científica, y la expectativa de los jóvenes...".

Junto con posiciones igual o más explícitas de otros ex mandatarios como Fox, intelectuales como Fuentes y Vargas Llosa, se suman un número creciente de voces, encabezadas por los presidentes Juan Manuel Santos, Otto Pérez y Laura Chinchilla, de que esto no funciona.

En el caso estrictamente mexicano un grupo de empresarios y académicos de Monterrey ha adoptado definiciones muy claras, así como México Unido Contra la Delincuencia que organizó un foro de gran repercusión sobre este tema a mediados de febrero. Pero la consecuencia más importante es que empieza a cambiar el discurso de los políticos en activo, quisiera referirme a los casos más importantes: Josefina Vázquez Mota y Enrique Peña Nieto. Hace un par de días JVM anunció que tendría una nueva estrategia para la lucha contra la delincuencia. Dijo, hasta donde entendí, que manteniendo al Ejército en las calles y sin pactar con el narco concentraría los recursos y esfuerzos en combatir la violencia que afecta a la gente, en particular secuestro, extorsión, asalto en vía pública y en domicilio. Esto es un cambio tácito a la estrategia de Calderón que concentró recursos y prioridades en el combate al narco sin importar el costo.

En un mundo ideal de recursos ilimitados es factible combatir tanto al narco como a los delitos que afectan a la sociedad; incluso en algunos casos pueden ser los mismos individuos quienes hacen ambas cosas. Pero ante los recursos limitados de México esto no es posible. Decir, como hace JVM, que va a concentrar los recursos en combatir la delincuencia que afecta a la gente, aunque ella no lo vea o entienda así, implica desconcentrar los recursos de la guerra contra el narco. Desconcentrar los recursos de la guerra contra el narco significa "dejar pasar la droga" a Estados Unidos. Y si no se legaliza es fomentar la cultura de la ilegalidad e impunidad; como nadie quiere hacer eso llegamos a la recomendación de los expresidentes: cambiar la ley y adaptarla a la realidad.

Peña Nieto en su libro, sus artículos en El Universal y en su breve ensayo publicado en Reforma ha dicho lo mismo: va a concentrar el esfuerzo en combatir los delitos, homicidios, extorsión, secuestro que afectan a la gente.

Es lo mismo que varios hemos dicho desde hace 5 años: el que escribe, Rubén Aguilar, Héctor Aguilar Camín, la revista Nexos, MUCD y muchos otros. Pero hacerlo en un contexto de escasez de recursos significa concentrar a las fuerzas del Estado en proteger a la ciudadanía o en combatir al narco. Pensar que se pueden hacer ambas cosas es una ingenuidad o peor, una tontería. Qué bueno que Vázquez Mota y Peña Nieto hayan dado un paso, consciente o inconsciente, incipiente o de gran alcance, retórico o sustantivo que nos aleja de la hecatombe de Calderón.

"¿Gasolinazo?" No, ajuste (muy) mesurado...

Román Revueltas Retes
revueltas@mac.com
Interludio
Milenio

Gasolinazo, le llaman. Hagan de cuenta que, de la noche a la mañana, el precio del litro de combustible se multiplicó por tres. Y así, con terminajos tan tremebundos, así vamos los mexicanos por la vida y así traficamos los temas de esta campaña presidencial. Hemos perdido por completo el respeto a las palabras. Las manoseamos indecentemente, sin pudor alguno: cualquier hijo de vecino es un “genocida”, nos gobierna la “derecha fascista”, 60 millones de mexicanos viven en “pobreza extrema”, el mero mantenimiento del orden público equivale a “represión”, en fin, nos servimos con la cuchara grande sin advertir que las pequeñas diferencias de apreciación (que, en realidad, no son tan pequeñas) —bien identificadas, bien establecidas y bien apreciadas— son las que van a asegurar nuestra supervivencia cuando, ahí sí, se trate de identificar al enemigo verdadero. Los que afirman que el PAN es un partido político fascista nunca tendrán la legitimidad para denunciar a los auténticos, y nefastos, ultraderechistas.

En fin, volviendo al tema de la gasolina, ¿saben ustedes, amables lectores, que los carburantes están subsidiados en este país? O sea, que los consumidores, ustedes y yo, no pagamos el costo real del producto sino que papá gobierno apoquina una cantidad para que la factura no nos resulte tan dolorosa. Pero, a ver, ¿de dónde diablos creen que viene la plata para redondear artificialmente las cuentas? Pues, de nuestros bolsillos, raza. No existe, se los juro por Dios, manera de fabricar dinero sin que alguien, en algún lugar, lo pague. Es decir, la diferencia entre lo que realmente cuesta producir un litro de “Magna” y lo que solventamos en la estación de servicio, la pagamos nosotros, esos mismos que creemos beneficiarnos de las ayudas públicas. Repito una perogrullada: el gobierno no tiene dinero propio. Son nuestros denarios, y los de nadie más, los que llenan sus arcas. Díganme ustedes, entonces, si el propósito de corregir, poco a poco, este estado de cosas es, madre mía, un... ¡gasolinazo!