Carlos Bravo Regidor
La Razón
http://conversacionpublica.blogspot.com
La narrativa de la transición mexicana siempre fue una narrativa fundamentalmente antipriista. En la historia que nos contamos sobre el cambio político de los últimos veinte o treinta años el PRI, más que un actor o un espacio dentro del sistema, era el sistema mismo: la corrupción, el clientelismo, la negligencia, el corporativismo, la ilegalidad, el abuso, la opacidad, en fin, el PRI encarnaba todo aquello que aprendimos a identificar con ese “antiguo régimen” que el proceso de democratización prometía dejar atrás.
La experiencia democrática ha sido, sin embargo, poco congruente con dicha narrativa. Primero, porque muchas de esas prácticas que quisimos creer propias del autoritarismo han subsistido, hasta hoy, con un régimen bien que mal democrático. Segundo, porque la democracia nos ha obsequiado numerosos ejemplos de que, lejos de ser exclusivas del PRI, dichas prácticas pueden ser las de cualquier partido en el poder. Y tercero, porque si en la narrativa de la transición “la sociedad” solía ser caracterizada como una víctima más o menos inerme, ahora sabemos que “la sociedad” también es cómplice activa de esas prácticas cuya responsabilidad no podemos achacar sólo a los políticos, priistas o de cualquier otro partido.
Con todo, la alta probabilidad de que el PRI gane las próximas elecciones presidenciales (y, además, con mayoría absoluta en el Congreso) representa algo más que una incongruencia: constituye un auténtico corto circuito entre la narrativa de la transición y la experiencia democrática. La narrativa decía que la democratización mexicana pasaba por echar al PRI del poder; la experiencia apunta a que el PRI está por volver al poder por la vía democrática.
Lo bueno de este corto circuito es que, ciertamente, confirma que las fuerzas autoritarias del pasado están apostando por el juego democrático, que el otrora “brazo electoral” del Estado posrevolucionario supo convertirse en un partido político como los demás: que participa, que compite, que a veces gana y a veces pierde elecciones.
Lo malo es que esa conversión en lo relativo a la forma de acceder al poder no parece incluir una conversión en lo relativo a la forma de ejercer el poder. Véanse, si no, casos recientes en Coahuila, Veracruz o el Estado de México. Que el PRI esté dispuesto a competir democráticamente no significa que esté dispuesto a gobernar democráticamente: a rendir cuentas, a respetar la libertad de expresión, a promover la transparencia y el acceso a la información, etcétera. Y menos si tiene mayorías absolutas.
Lo feo es que a sabiendas de lo anterior, de que el PRI no ha renovado su manera de gobernar, hoy son mayoría los mexicanos decididos a llevarlo de regreso al poder.
abril 30, 2012
Legalizar o no las drogas
Leonardo Curzio (@leonardocurzio)
Analista político y conductor de la primera emisión de "Enfoque"
El Universal
Celebro que la UNAM haya convocado a discutir de una forma amplia, rigurosa, incluyente y oportuna la evolución y el impacto de las políticas publicas para atender el tema de las drogas. Celebro también que este esfuerzo sea una continuación del fructífero e inolvidable (por la infatigable energía intelectual que desplegó Jorge Carpizo) seminario que concluyó con el documento Para una política de Estado para la Seguridad y la Justicia en Democracia. El foro reunió a especialistas de distintas universidades y dependencias de México y otros países que con sus ponencias (sintetizadas en una muy solvente relatoría) constituyen una aportación fundamental para la deliberación pública. Espero que tengan la difusión que se merecen y no caigamos en ese escapismo político mediático (del hablaba Jorge Montaño en su artículo del viernes sobre la Cumbre de Cartagena) que abandona los temas de fondo para centrarse en lo anecdótico y superficial.
De lo planteado en el foro ha quedado claro que el tema de las drogas puede leerse desde distintas ópticas: seguridad, salud pública, usos tradicionales, económico o jurídico, pero hay tres cosas que personalmente he reforzado después de escuchar a tanta gente brillante disertar sobre el particular.
La primera es que el paradigma prohibicionista es un obstáculo político-ideológico de primer orden para analizar el fenómeno en el nuevo contexto. No me extenderé en los argumentos que demuestran su fracaso y el enorme costo que los países productores pagan en términos de desgaste institucional y vidas humanas, y no porque no los considere inválidos, sino por haber sido comentados por plumas más avezadas que la mía. Subrayaré, eso sí, el terror paralizante que los políticos en activo sienten para enfrentar el tema con nuevos instrumentos. ¿Hay que ser ex presidente para hablar con libertad del tema? Vicente Fox, por ejemplo, ahora habla con amplitud y propone la legalización, pero en su mandato llegó hasta a vetar una ley que abría una pequeña rendija para mitigar la criminalización del consumo. La excepción confirma la regla y el presidente de Guatemala (que tiene el agua al cuello) es el único (lo volvió a plantear en Puerto Vallarta en el WEF) que osa apartarse del canon. Políticamente es tóxico decir en público lo que la mayor parte de académicos y estudiosos del tema plantean: revisar el paradigma actual.
La segunda es que urge desecuritizar el tema del consumo de drogas. La seguridad nacional de un país no pasa por que algunos (o muchos) de sus ciudadanos consuman ciertas sustancias y por tanto el problema debe llevarse (como sucede en Occidente) a otra esfera. Ahora bien, la despenalización del consumo de ciertas drogas no es una panacea para resolver las debilidades estructurales del Estado. La corrupción de policías y políticos, la contención de delitos patrimoniales que van desde el asalto en transporte público hasta el robo en casa habitación o la debilidad congénita para regular hasta el transporte de carga o controlar sus fronteras no desaparecerán si se legaliza, por ejemplo, la mariguana. Si así fuera yo propondría no únicamente su despenalización, sino directamente su promoción. El problema de inseguridad y violencia es una combinación de fortaleza de las organizaciones criminales y debilidad del Estado. En todos los países de Occidente hay venta de drogas y en muy pocos se atreven los criminales a aventar cadáveres fuera del recinto donde se reúnen los procuradores, como ocurrió en Veracruz en las primeras semanas de este año. El Estado mexicano es anémico y no infunde respeto a los bien organizados para resistir su acción, desde camioneros hasta los profesores que se niegan a evaluarse, pero no me desvío.
La tercera es constatar que desde los 80 a la fecha el tema está presente en las relaciones con los Estados Unidos y (salvo algunos progresos como quitar la certificación) hemos avanzado poco en la institucionalización bilateral del tema. Seguimos expuestos a desplantes unilaterales (desde Álvarez Machain hasta Rápido y furioso) y a una gran desconfianza sobre la honorabilidad de la parte mexicana. Por cierto, sería bueno preguntar si alguno de los candidatos tiene alguna idea para relacionarnos sobre nuevas bases con los vecinos o se limitarán a seguir la inercia.
Analista político y conductor de la primera emisión de "Enfoque"
El Universal
Celebro que la UNAM haya convocado a discutir de una forma amplia, rigurosa, incluyente y oportuna la evolución y el impacto de las políticas publicas para atender el tema de las drogas. Celebro también que este esfuerzo sea una continuación del fructífero e inolvidable (por la infatigable energía intelectual que desplegó Jorge Carpizo) seminario que concluyó con el documento Para una política de Estado para la Seguridad y la Justicia en Democracia. El foro reunió a especialistas de distintas universidades y dependencias de México y otros países que con sus ponencias (sintetizadas en una muy solvente relatoría) constituyen una aportación fundamental para la deliberación pública. Espero que tengan la difusión que se merecen y no caigamos en ese escapismo político mediático (del hablaba Jorge Montaño en su artículo del viernes sobre la Cumbre de Cartagena) que abandona los temas de fondo para centrarse en lo anecdótico y superficial.
De lo planteado en el foro ha quedado claro que el tema de las drogas puede leerse desde distintas ópticas: seguridad, salud pública, usos tradicionales, económico o jurídico, pero hay tres cosas que personalmente he reforzado después de escuchar a tanta gente brillante disertar sobre el particular.
La primera es que el paradigma prohibicionista es un obstáculo político-ideológico de primer orden para analizar el fenómeno en el nuevo contexto. No me extenderé en los argumentos que demuestran su fracaso y el enorme costo que los países productores pagan en términos de desgaste institucional y vidas humanas, y no porque no los considere inválidos, sino por haber sido comentados por plumas más avezadas que la mía. Subrayaré, eso sí, el terror paralizante que los políticos en activo sienten para enfrentar el tema con nuevos instrumentos. ¿Hay que ser ex presidente para hablar con libertad del tema? Vicente Fox, por ejemplo, ahora habla con amplitud y propone la legalización, pero en su mandato llegó hasta a vetar una ley que abría una pequeña rendija para mitigar la criminalización del consumo. La excepción confirma la regla y el presidente de Guatemala (que tiene el agua al cuello) es el único (lo volvió a plantear en Puerto Vallarta en el WEF) que osa apartarse del canon. Políticamente es tóxico decir en público lo que la mayor parte de académicos y estudiosos del tema plantean: revisar el paradigma actual.
La segunda es que urge desecuritizar el tema del consumo de drogas. La seguridad nacional de un país no pasa por que algunos (o muchos) de sus ciudadanos consuman ciertas sustancias y por tanto el problema debe llevarse (como sucede en Occidente) a otra esfera. Ahora bien, la despenalización del consumo de ciertas drogas no es una panacea para resolver las debilidades estructurales del Estado. La corrupción de policías y políticos, la contención de delitos patrimoniales que van desde el asalto en transporte público hasta el robo en casa habitación o la debilidad congénita para regular hasta el transporte de carga o controlar sus fronteras no desaparecerán si se legaliza, por ejemplo, la mariguana. Si así fuera yo propondría no únicamente su despenalización, sino directamente su promoción. El problema de inseguridad y violencia es una combinación de fortaleza de las organizaciones criminales y debilidad del Estado. En todos los países de Occidente hay venta de drogas y en muy pocos se atreven los criminales a aventar cadáveres fuera del recinto donde se reúnen los procuradores, como ocurrió en Veracruz en las primeras semanas de este año. El Estado mexicano es anémico y no infunde respeto a los bien organizados para resistir su acción, desde camioneros hasta los profesores que se niegan a evaluarse, pero no me desvío.
La tercera es constatar que desde los 80 a la fecha el tema está presente en las relaciones con los Estados Unidos y (salvo algunos progresos como quitar la certificación) hemos avanzado poco en la institucionalización bilateral del tema. Seguimos expuestos a desplantes unilaterales (desde Álvarez Machain hasta Rápido y furioso) y a una gran desconfianza sobre la honorabilidad de la parte mexicana. Por cierto, sería bueno preguntar si alguno de los candidatos tiene alguna idea para relacionarnos sobre nuevas bases con los vecinos o se limitarán a seguir la inercia.
Periodismo ausente
Jesús Silva-Herzog Márquez (@jshm00)
Reforma
El candidato del PRI ha hecho de la eficacia su bandera. Prometió y cumplió. Eso nos dice constantemente: es un tipo confiable y tiene el testimonio de los notarios para convencer a los escépticos. En campaña enlistó sus promesas y hoy presume que las cumplió puntualmente como gobernador. Los panistas lo llaman mentiroso. Han tomado precisamente la lista de los orgullos como prueba de un engaño. Los compromisos de los que hacen alarde los priistas son, en realidad, un catálogo de falsedades. Hace unos días los adversarios se enfrascaron en un debate sobre los compromisos de Peña Nieto. En un absurdo duelo al que bautizaron como "la mesa de la verdad" se enfrentaron sin aportar prueba alguna a su alegato. Ratificación de subjetividades en donde el periodismo actuó como el morboso testigo de un ridículo. Fulano dijo, mengano contestó.
El episodio es un enfrentamiento natural: un partido presume éxitos, el otro los llama fracasos. Lo notable en la polémica es el sitio donde se instala el periodismo. Los reporteros acuden puntualmente a la cita del duelo y registran con detalle los dichos y las réplicas. Los noticieros de radio y televisión dan aviso del encuentro y reseñan el altercado. Los opinadores se entretienen con la exhibición. Cada cual encuentra motivo para ratificar sus prejuicios. Pero la pregunta capital sigue en el aire: ¿cumplió Peña Nieto con sus compromisos? ¿Es un político cumplidor o un mentiroso? Por supuesto, hay tantas razones para dudar de la propaganda de un lado como para dudar de la propaganda del otro. Unos presentan el compromiso con colores brillantes y tonadas de optimismo; los otros proyectan imágenes borrosas y música tétrica. La versión del PRI será tan parcial como la versión del PAN. Ambos tienen un interés en presentar la realidad de acuerdo con su conveniencia. Por eso sería indispensable contar con una verificación profesional de los dichos. No es una tarea descomunal. Sería un trabajo elemental, indispensable, obvio. Si el candidato puntero presume haber cumplido 608 compromisos, correspondería al periodismo verificar si, en efecto, los cumplió. No he leído ese reportaje, no lo he visto en ningún lado. ¿Sería muy difícil ubicar cada uno de los compromisos y registrar el estado en el que se encuentran?
Lo que veo todos los días son noticias sobre lo que los candidatos dicen: periodismo de declaraciones. En julio del 2000, el entonces corresponsal de The Economist, Gideon Lichfield, publicó en Letras libres un artículo donde sostenía que la profesión del periodismo en México consistía en la búsqueda de sinónimos de la palabra dijo. "Abundó. Aceptó. Aclaró. Acusó. Adujo. Advirtió. Afirmó. Agregó. Añadió. Anotó. Apuntó. Argumentó. Aseguró. Aseveró. Comentó. Concluyó. Consideró. Declaró. Destacó. Detalló. Enfatizó. Explicó. Expresó. Expuso. Externó. Informó. Indicó. Insistió. Lamentó. Manifestó. Mencionó. Observó. Planteó. Precisó. Profundizó. Pronosticó. Pronunció. Prosiguió. Puntualizó. Recalcó. Reconoció. Recordó. Redondeó. Reiteró. Señaló. Sostuvo. Subrayó". El periodista proponía entonces una palabra para describir los vocablos que enmarcan el oficio periodístico en México: dijónimos.
El periodismo como dijonomía: registro de lo que los políticos dicen, olvido de lo que los políticos hacen. Cobertura de lo insustancial, periodismo de trivialidades dedicado a ignorar lo relevante. Hoy la prensa, por supuesto, suele condimentar la colección de declaraciones con la burla. Un largo discurso merecerá mención si el candidato confunde un nombre con otro, si pronuncia mal una palabra, si tropieza con las sílabas. Una entrevista alcanzará los titulares en el momento en que se deslice una agresión. Dijonomía del traspié.
La prensa mexicana habrá ganado espacios frente al poder en el ámbito nacional. Pero no ha podido asentarse como una referencia profesional y relativamente autónoma en el debate mexicano. En esta campaña hay un ausente: el periodismo. Por eso estamos condenados a votar a oscuras. Bombardeo de propaganda que no encuentra el piso de la (relativa) objetividad del periodismo profesional. A través de la prensa podemos enterarnos de lo que los candidatos declaran pero apenas podremos conocer lo que han hecho. La calidad de la democracia no depende solamente de los políticos, de los partidos, de las instituciones. Depende también de la información y de la crítica del periodismo. Una democracia se alimenta, es cierto, del enfrentamiento de las parcialidades; se vacuna con el profesionalismo de una prensa crítica y curiosa que no se colma con palabras.
Reforma

El episodio es un enfrentamiento natural: un partido presume éxitos, el otro los llama fracasos. Lo notable en la polémica es el sitio donde se instala el periodismo. Los reporteros acuden puntualmente a la cita del duelo y registran con detalle los dichos y las réplicas. Los noticieros de radio y televisión dan aviso del encuentro y reseñan el altercado. Los opinadores se entretienen con la exhibición. Cada cual encuentra motivo para ratificar sus prejuicios. Pero la pregunta capital sigue en el aire: ¿cumplió Peña Nieto con sus compromisos? ¿Es un político cumplidor o un mentiroso? Por supuesto, hay tantas razones para dudar de la propaganda de un lado como para dudar de la propaganda del otro. Unos presentan el compromiso con colores brillantes y tonadas de optimismo; los otros proyectan imágenes borrosas y música tétrica. La versión del PRI será tan parcial como la versión del PAN. Ambos tienen un interés en presentar la realidad de acuerdo con su conveniencia. Por eso sería indispensable contar con una verificación profesional de los dichos. No es una tarea descomunal. Sería un trabajo elemental, indispensable, obvio. Si el candidato puntero presume haber cumplido 608 compromisos, correspondería al periodismo verificar si, en efecto, los cumplió. No he leído ese reportaje, no lo he visto en ningún lado. ¿Sería muy difícil ubicar cada uno de los compromisos y registrar el estado en el que se encuentran?
Lo que veo todos los días son noticias sobre lo que los candidatos dicen: periodismo de declaraciones. En julio del 2000, el entonces corresponsal de The Economist, Gideon Lichfield, publicó en Letras libres un artículo donde sostenía que la profesión del periodismo en México consistía en la búsqueda de sinónimos de la palabra dijo. "Abundó. Aceptó. Aclaró. Acusó. Adujo. Advirtió. Afirmó. Agregó. Añadió. Anotó. Apuntó. Argumentó. Aseguró. Aseveró. Comentó. Concluyó. Consideró. Declaró. Destacó. Detalló. Enfatizó. Explicó. Expresó. Expuso. Externó. Informó. Indicó. Insistió. Lamentó. Manifestó. Mencionó. Observó. Planteó. Precisó. Profundizó. Pronosticó. Pronunció. Prosiguió. Puntualizó. Recalcó. Reconoció. Recordó. Redondeó. Reiteró. Señaló. Sostuvo. Subrayó". El periodista proponía entonces una palabra para describir los vocablos que enmarcan el oficio periodístico en México: dijónimos.
El periodismo como dijonomía: registro de lo que los políticos dicen, olvido de lo que los políticos hacen. Cobertura de lo insustancial, periodismo de trivialidades dedicado a ignorar lo relevante. Hoy la prensa, por supuesto, suele condimentar la colección de declaraciones con la burla. Un largo discurso merecerá mención si el candidato confunde un nombre con otro, si pronuncia mal una palabra, si tropieza con las sílabas. Una entrevista alcanzará los titulares en el momento en que se deslice una agresión. Dijonomía del traspié.
La prensa mexicana habrá ganado espacios frente al poder en el ámbito nacional. Pero no ha podido asentarse como una referencia profesional y relativamente autónoma en el debate mexicano. En esta campaña hay un ausente: el periodismo. Por eso estamos condenados a votar a oscuras. Bombardeo de propaganda que no encuentra el piso de la (relativa) objetividad del periodismo profesional. A través de la prensa podemos enterarnos de lo que los candidatos declaran pero apenas podremos conocer lo que han hecho. La calidad de la democracia no depende solamente de los políticos, de los partidos, de las instituciones. Depende también de la información y de la crítica del periodismo. Una democracia se alimenta, es cierto, del enfrentamiento de las parcialidades; se vacuna con el profesionalismo de una prensa crítica y curiosa que no se colma con palabras.
Niño burbuja
Denise Dresser (@DeniseDresserG)
Reforma
En los setenta se volvió popular una película llamada The Boy in the Plastic Bubble -El niño en la burbuja de plástico- y el protagonista vivía aislado del mundo por un problema inmunológico. En México hoy tenemos nuestra propia versión encarnada por el candidato Enrique Peña Nieto. Así como John Travolta temía a los microbios, el puntero priista le teme a los debates. Le teme a la confrontación de ideas y cómo defenderlas. Le teme a las preguntas incómodas y cómo contestarlas. Prefiere vivir en un mundo controlado, artificial, encapsulado, lejos de cualquier paso en el mundo real que podría mostrar su debilidad discursiva. Su fragilidad propositiva. La acusación de vaciedad que lo perseguiría en los auditorios ante los cuales no se quiere presentar. La percepción de incapacidad que lo acompañaría frente a los foros que rehúye. Peña Nieto prefiere ser catalogado de cobarde que de estúpido.
"Dame la palabra correcta y moveré al mundo", escribió Joseph Conrad. Porque las palabras son poder. Poder para persuadir, para convencer, para disentir, para construir democracias y habitarlas. Poder que el priista demuestra que no tiene. La libertad se forja a martillazos sobre el yunque del debate y eso es precisamente lo que Peña Nieto evade. Prefiere -por lo visto- el autoritarismo silencioso a la democracia gritona. No quiere construir espacios cívicos y participativos, plurales y educativos. Y con ello revela su problema principal: no ha aprendido a debatir ideas sino a memorizarlas; no ha aprendido a pensar en las políticas públicas sino a repetir lo que le colocan en el teleprompter.
Y la reticencia de Peña Nieto tiene efectos y muy graves. México tiene un problema de desinformación ciudadana. De personas que se oponen a las reformas estructurales pero no entienden por qué otros subrayan su necesidad. De personas que le apuestan a líderes providenciales y no asumen responsabilidades individuales. Los mexicanos cuentan con pocos mecanismos para expresar sus preferencias más allá del voto sexenal. No tienen acceso al aprendizaje sobre la cosa pública más allá del periódico que leen de manera superficial y del programa de televisión que contemplan de manera pasiva. México hoy padece un democracia delgada, una democracia de urnas presentes y ciudadanos ausentes. Y Peña Nieto contribuye -al rechazar el debate- a esa democracia de baja calidad.
Como lo argumenta el filósofo político Benjamin Barber en Strong Democracy, la democracia necesita ciudadanos eficaces: hombres y mujeres ordinarios haciendo cosas extraordinarias de manera regular. Por ello, la tarea más urgente para el país es la construcción cotidiana de ciudadanos. El cultivo de lo que Tocqueville llamó "los hábitos del corazón". La promoción de actitudes necesarias para que la democracia funcione. La construcción de foros públicos donde se discuta, se aprenda, se presenten datos, se comparen cifras, se conozca al otro y qué opina. La transformación de cada estudiante y cada trabajador y cada ama de casa y cada periodista en un aprendiz de la libertad. Al negarse a debatir -más allá de los dos debates acortados y acartonados del IFE- Peña Nieto coarta la posibilidad de esa transformación.
Hoy, con todo lo que hay en juego en la elección presidencial, hay que concebir el debate para educar no sólo para influenciar; el debate para construir ciudadanos no sólo para presionar a políticos; el debate para proveer conocimiento a la población y no sólo para atarse a preguntas prestablecidas; el debate para informar a la opinión pública y no sólo para usarla como público de telenovela.
Por ello hay que obligar a Peña Nieto a salir de su burbuja y darle un buen pinchazo para romperla. Obligarlo a salir a la democracia contestataria y sin acordeones. Obligarlo a contestar por qué el Estado de México ocupa el primer lugar en robo de automóviles de toda la República. Obligarlo a responder por qué en los últimos años han muerto más mujeres en la entidad que gobernó que en Ciudad Juárez. Obligarlo a explicar por qué el territorio mexiquense ocupa un lugar tan malo en el índice de transparencia gubernamental elaborado por el Instituto Mexicano para la Competitividad. Obligarlo a decir por qué, ahora sí, el PRI apoyaría reformas estructurales que ha pasado los últimos dos sexenios rechazando o saboteando.
En países con una cultura del debate se enseña a los ciudadanos a pelear con las palabras, y en México llegó la hora de que el puntero presidencial aprenda a hacerlo también. En países con democracias funcionales, las personas entienden que la información no es prerrequisito del debate sino su producto, y Peña Nieto debe enseñarnos que sabe cómo dominarla. Que sabe cómo convertir copetes acicalados en argumentos duros. Que sabe confrontar ideas para esclarecerlas. Que está dispuesto a participar en un argumento con el objetivo de arribar a la verdad. Para llegar a ella México necesita, como lo diría Hamlet, "palabras, palabras, palabras". Pero palabras pronunciadas en debate tras debate y no sólo leídas en un teleprompter.
Reforma

"Dame la palabra correcta y moveré al mundo", escribió Joseph Conrad. Porque las palabras son poder. Poder para persuadir, para convencer, para disentir, para construir democracias y habitarlas. Poder que el priista demuestra que no tiene. La libertad se forja a martillazos sobre el yunque del debate y eso es precisamente lo que Peña Nieto evade. Prefiere -por lo visto- el autoritarismo silencioso a la democracia gritona. No quiere construir espacios cívicos y participativos, plurales y educativos. Y con ello revela su problema principal: no ha aprendido a debatir ideas sino a memorizarlas; no ha aprendido a pensar en las políticas públicas sino a repetir lo que le colocan en el teleprompter.
Y la reticencia de Peña Nieto tiene efectos y muy graves. México tiene un problema de desinformación ciudadana. De personas que se oponen a las reformas estructurales pero no entienden por qué otros subrayan su necesidad. De personas que le apuestan a líderes providenciales y no asumen responsabilidades individuales. Los mexicanos cuentan con pocos mecanismos para expresar sus preferencias más allá del voto sexenal. No tienen acceso al aprendizaje sobre la cosa pública más allá del periódico que leen de manera superficial y del programa de televisión que contemplan de manera pasiva. México hoy padece un democracia delgada, una democracia de urnas presentes y ciudadanos ausentes. Y Peña Nieto contribuye -al rechazar el debate- a esa democracia de baja calidad.
Como lo argumenta el filósofo político Benjamin Barber en Strong Democracy, la democracia necesita ciudadanos eficaces: hombres y mujeres ordinarios haciendo cosas extraordinarias de manera regular. Por ello, la tarea más urgente para el país es la construcción cotidiana de ciudadanos. El cultivo de lo que Tocqueville llamó "los hábitos del corazón". La promoción de actitudes necesarias para que la democracia funcione. La construcción de foros públicos donde se discuta, se aprenda, se presenten datos, se comparen cifras, se conozca al otro y qué opina. La transformación de cada estudiante y cada trabajador y cada ama de casa y cada periodista en un aprendiz de la libertad. Al negarse a debatir -más allá de los dos debates acortados y acartonados del IFE- Peña Nieto coarta la posibilidad de esa transformación.
Hoy, con todo lo que hay en juego en la elección presidencial, hay que concebir el debate para educar no sólo para influenciar; el debate para construir ciudadanos no sólo para presionar a políticos; el debate para proveer conocimiento a la población y no sólo para atarse a preguntas prestablecidas; el debate para informar a la opinión pública y no sólo para usarla como público de telenovela.
Por ello hay que obligar a Peña Nieto a salir de su burbuja y darle un buen pinchazo para romperla. Obligarlo a salir a la democracia contestataria y sin acordeones. Obligarlo a contestar por qué el Estado de México ocupa el primer lugar en robo de automóviles de toda la República. Obligarlo a responder por qué en los últimos años han muerto más mujeres en la entidad que gobernó que en Ciudad Juárez. Obligarlo a explicar por qué el territorio mexiquense ocupa un lugar tan malo en el índice de transparencia gubernamental elaborado por el Instituto Mexicano para la Competitividad. Obligarlo a decir por qué, ahora sí, el PRI apoyaría reformas estructurales que ha pasado los últimos dos sexenios rechazando o saboteando.
En países con una cultura del debate se enseña a los ciudadanos a pelear con las palabras, y en México llegó la hora de que el puntero presidencial aprenda a hacerlo también. En países con democracias funcionales, las personas entienden que la información no es prerrequisito del debate sino su producto, y Peña Nieto debe enseñarnos que sabe cómo dominarla. Que sabe cómo convertir copetes acicalados en argumentos duros. Que sabe confrontar ideas para esclarecerlas. Que está dispuesto a participar en un argumento con el objetivo de arribar a la verdad. Para llegar a ella México necesita, como lo diría Hamlet, "palabras, palabras, palabras". Pero palabras pronunciadas en debate tras debate y no sólo leídas en un teleprompter.
Acabemos con la chiquillada
Luis González de Alba
La Calle
Milenio
Hoy, día del niño, propongámonos una Operación Herodes para nuestro voto en julio: acabemos con la chiquillada, como llama Fernández de Cevallos a los partiditos garrapata que no representan a ningún sector de la población y fueron ideados por expertos en el saqueo del erario como simples negocios que venden caro su amor, tan caro como algún partido esté dispuesto a pagar.
Son organizaciones de interés público, simpaticemos o no con ellos, el PRI, el PAN y el PRD. Pero el Niño Verde y sus amigochos que van de parranda en Cancún a parranda en Niza, en yates propios y de papi ¿representan algo? Sí, a ellos mismos y su afán de seguir chupando, en todos sentidos. El PT inventado por los hermanos Raúl y Carlos Salinas de Gortari ¿tiene militantes más allá de quienes entran a la rebatiña por los puestos? El Panal ya sabemos que es la palanca con que La Maestra fuerza hasta las mejores chapas. Y el otro… ¿cómo se llama? Convergencia: ¿qué es eso?
En México tenemos el sistema de elecciones más caro del mundo porque gastamos en dar certeza a todos los partidos de que su voto será contado: papel de seguridad para las boletas, numeración de éstas y su talonario, credenciales con fotografía, urnas transparentes. Esta bien, aunque los perdedores griten siempre que los robaron, sin informar cómo ni cuándo ni cuánto. Pero buena parte de la población que sale a votar constata el entrenamiento de los funcionarios de casilla, la presencia de representantes por partido con sus gafetes y sus caras largas, las monerías que tiene la boleta similares a billetes. Son gastos que, supongo, los electores justificamos, o al menos no he leído quejas al respecto.
Las he leído y muchas, por los miles de millones que se reparten los partidos antes de la elección. Algunos decimos que los deberían mantener las cuotas de sus militantes. La ley y muchas personas de gran sensatez y respeto dice otra cosa: es un gasto público necesario… Quizás, pero ¿tanto? La chiquillada había encontrado la forma de asaltar el erario: se unía a un posible ganador, como hizo por decenios el PPS de Lombardo “lanzando” días después al candidato del PRI. El candidato Díaz Ordaz respondió a la comitiva del PPS: “Me basta con el nombramiento que me ha dado mi partido, el PRI…”. Y aceptó con desprecio. Lo mismo vemos hoy: cargadas sobre partidos reales que, si no ganan la Presidencia, ofrecen legisladores.
Un avance en la nueva legislación electoral, que ni se rebajó los costos de radio y televisión ahora gratuitos, ni permite denuncias “denigratorias”, así sean ciertas, es que en la boleta no veremos esos rompecabezas con diversas siglas y colorines. Usted podrá votar por la misma persona marcando PRD o PT o eso otro. Será la misma cara. Pero a la hora de las cuentas, cada partido tendrá resultados independientes. Así es como podemos evitar que el Niño Verde cargue su yate con cajas de Dom Perignon que usted le paga.
Un aspecto positivo, para mí el único, de la nueva legislación, es que evitará las garrapatas adheridas a un candidato con intenciones de voto que estos chupasangre jamás alcanzarían solos.
No lo olvidemos: un voto por Peña Nieto no va al Verde si no se cruza el Verde. Uno por López puede ir al PRD o ser para vividores. Podremos hacer limpieza de la casa.
¡Urnas electrónicas no, no, no! Si con boletas contables y recontables se grita fraude, imaginen cuando la misteriosa urna contenga no sabemos que tecnología y, allí sí es posible hasta un algoritmo, palabra que perdió popularidad a los pocos días de usada en las elecciones de 2006. Si la urna transparente produce sospechosismo, imaginen una máquina electrónica que, sería perfectamente posible, cuente un voto de mi candidato favorito por cada diez que le lleguen porque así está programada, sí tiene un algoritmo. Por lo pronto es cosa de gran misterio y avanzada tecnología que puede estar conectada al Pentágono, digo, o a la White House, donde suben y bajan los números a su gusto y placer. ¿Eso quieren?
Pablo Hiriart sostiene que, de perder, veremos a AMLO en la boleta de 2018. Se queda corto: de ganar también lo veremos en 2018. Salvo que, como dice Chávez, ya EU esté enfermando de cáncer a sus indeseables.
DE. Como jarro DE atole, botella DE vino, copa DE tequila, taza DE café, cartón DE cerveza, así vaso DE agua: porque hablamos de uno lleno y no simplemente mojado. Glass of water, verre d’eau, bicchiere di aqua… etc.
Novedad: Agápi mu (Amor mío) en eBook: http://www.amazon.com/dp/B007LX0TPU
La Calle
Milenio

Son organizaciones de interés público, simpaticemos o no con ellos, el PRI, el PAN y el PRD. Pero el Niño Verde y sus amigochos que van de parranda en Cancún a parranda en Niza, en yates propios y de papi ¿representan algo? Sí, a ellos mismos y su afán de seguir chupando, en todos sentidos. El PT inventado por los hermanos Raúl y Carlos Salinas de Gortari ¿tiene militantes más allá de quienes entran a la rebatiña por los puestos? El Panal ya sabemos que es la palanca con que La Maestra fuerza hasta las mejores chapas. Y el otro… ¿cómo se llama? Convergencia: ¿qué es eso?
En México tenemos el sistema de elecciones más caro del mundo porque gastamos en dar certeza a todos los partidos de que su voto será contado: papel de seguridad para las boletas, numeración de éstas y su talonario, credenciales con fotografía, urnas transparentes. Esta bien, aunque los perdedores griten siempre que los robaron, sin informar cómo ni cuándo ni cuánto. Pero buena parte de la población que sale a votar constata el entrenamiento de los funcionarios de casilla, la presencia de representantes por partido con sus gafetes y sus caras largas, las monerías que tiene la boleta similares a billetes. Son gastos que, supongo, los electores justificamos, o al menos no he leído quejas al respecto.
Las he leído y muchas, por los miles de millones que se reparten los partidos antes de la elección. Algunos decimos que los deberían mantener las cuotas de sus militantes. La ley y muchas personas de gran sensatez y respeto dice otra cosa: es un gasto público necesario… Quizás, pero ¿tanto? La chiquillada había encontrado la forma de asaltar el erario: se unía a un posible ganador, como hizo por decenios el PPS de Lombardo “lanzando” días después al candidato del PRI. El candidato Díaz Ordaz respondió a la comitiva del PPS: “Me basta con el nombramiento que me ha dado mi partido, el PRI…”. Y aceptó con desprecio. Lo mismo vemos hoy: cargadas sobre partidos reales que, si no ganan la Presidencia, ofrecen legisladores.
Un avance en la nueva legislación electoral, que ni se rebajó los costos de radio y televisión ahora gratuitos, ni permite denuncias “denigratorias”, así sean ciertas, es que en la boleta no veremos esos rompecabezas con diversas siglas y colorines. Usted podrá votar por la misma persona marcando PRD o PT o eso otro. Será la misma cara. Pero a la hora de las cuentas, cada partido tendrá resultados independientes. Así es como podemos evitar que el Niño Verde cargue su yate con cajas de Dom Perignon que usted le paga.
Un aspecto positivo, para mí el único, de la nueva legislación, es que evitará las garrapatas adheridas a un candidato con intenciones de voto que estos chupasangre jamás alcanzarían solos.
No lo olvidemos: un voto por Peña Nieto no va al Verde si no se cruza el Verde. Uno por López puede ir al PRD o ser para vividores. Podremos hacer limpieza de la casa.
¡Urnas electrónicas no, no, no! Si con boletas contables y recontables se grita fraude, imaginen cuando la misteriosa urna contenga no sabemos que tecnología y, allí sí es posible hasta un algoritmo, palabra que perdió popularidad a los pocos días de usada en las elecciones de 2006. Si la urna transparente produce sospechosismo, imaginen una máquina electrónica que, sería perfectamente posible, cuente un voto de mi candidato favorito por cada diez que le lleguen porque así está programada, sí tiene un algoritmo. Por lo pronto es cosa de gran misterio y avanzada tecnología que puede estar conectada al Pentágono, digo, o a la White House, donde suben y bajan los números a su gusto y placer. ¿Eso quieren?
Pablo Hiriart sostiene que, de perder, veremos a AMLO en la boleta de 2018. Se queda corto: de ganar también lo veremos en 2018. Salvo que, como dice Chávez, ya EU esté enfermando de cáncer a sus indeseables.
DE. Como jarro DE atole, botella DE vino, copa DE tequila, taza DE café, cartón DE cerveza, así vaso DE agua: porque hablamos de uno lleno y no simplemente mojado. Glass of water, verre d’eau, bicchiere di aqua… etc.
Novedad: Agápi mu (Amor mío) en eBook: http://www.amazon.com/dp/B007LX0TPU
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