Alberto Peláez
Visor Internacional
Milenio
Hace ahora un año, un puñado de jóvenes, con ganas de querer cambiar el mundo, con ganas de cambiar lo ya cambiado, tomaron la famosa Puerta del Sol de la capital española. No corrían aires de libertad, porque esa ya la teníamos, sino un hartazgo mayúsculo ante un situación que ya se hacia insostenible que ya se hundía sobre sus propias cenizas y que no conseguía remontar el vuelo como el Ave Fénix. Se trataba de un país cuya economía se había sustentando sobre plataformas artificiales que en cuanto las tocaron, se derrumbaron.
Hoy, todo sigue igual. De punta a punta del Viejo Continente seguimos cayéndonos. En Grecia las urnas han castigado a los partidos tradicionales, tanto de derechas como de izquierdas y suben los neonazis y la extrema izquierda. Por cierto, fue llamativa la imagen del joven nazi cercano al líder que consiguió tantos votos, antes de la conferencia de prensa. Obligó a los periodistas a levantarse y al que no lo hizo, lo corrió. Y es que la sombra de la Republica de Weimar en 1933 con la subida de Hitler al poder, sigue gravitando por toda Europa.
En Francia, el socialista François Hollande ha vencido con promesas populares que sabe que no puede cumplir. La extrema derecha de Le Pen sigue teniendo mucho auge. Angela Merkel se muere por tener el encuentro con Hollande. Los movimientos del francés serán definitivos para que Europa no se muera. Tampoco está Hollande en situación de exigir.
La sociedad europea está hastiada con más ganas de vomitar el voto que de depositarlo. Ya se empieza a votar con las vísceras. Y eso, el que lo hace. Muchos se plantean para qué hacerlo sino van a conseguir nada. Porque los jubilados griegos y españoles y portugueses siguen siendo los últimos de la fila. Claro, la ciudadanía europea se cansa. Se cansa de que los jóvenes no consigan trabajo, de tener menos prestaciones por desempleo. Se cansan de que al jubilado le den de lado, de que tengamos que pagar los medicamentos y los servicios hospitalarios. Se cansan de que nos suban los impuestos, se cansa de todo eso y mucho más.
Por eso, aquel movimiento del 15-M está completamente vivo. Es cierto que ahí había una mezcolanza de muchas ideas y de ninguna a la vez. Pero consiguieron algo: fueron los primeros en sacudir nuestras conciencias, en esta España que estaba y aún hoy, está aletargada como si no pasara nada cuando todo se cae y nadie hace nada para salvarlo.
Por eso, más allá del crisol de pensamientos que encontramos en el 15-M vemos un referente en otras partes del mundo denunciando lo que se denuncia en España: un hartazgo más que evidente. El clientelismo no tiene cabida en el 2012. Por eso se manifestaron y por eso lo hacen de nuevo.
El 15-M español marcó una inflexión de cómo puede ser el mundo. Claro, con entusiasmo pero con sentido común. Todavía se pueden cambiar muchas cosas. Más de las que no imaginamos.