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Profesor de Humanidades del ITESM-CCM
El Universal
A 44 días de la elección presidencial, el panorama político está ya muy claro. No me refiero a las preferencias electorales, que todavía irán cambiando, sino a las alianzas entre actores políticos.

Otra alianza que Peña Nieto trae desde hace tiempo, pero que había preferido ocultar, es con la maestra Elba Esther. La primera evidencia pública clara fue el rechazo del SNTE a la evaluación docente, pero la intervención de la maestra en el evento del día del maestro (que momentáneamente confundió la maestra con su cumpleaños), no debe dejar lugar a duda.
Viene detrás de Peña, pues, el ejército del pasado, las fuerzas vivas de la Revolución en pleno: los sindicatos, que ya tenían sus candidaturas amarradas, el SNTE, y los medios creados por el viejo régimen, que regresan a lo suyo: ser soldados del presidente, como dijo alguna vez El Tigre Azcárraga. Nadie debería sorprenderse, lo dijimos aquí hace años, el PRI de Peña Nieto es lo viejo, el corporativismo y el control.
Por eso cuesta trabajo creer las propuestas del candidato, porque no se me ocurre cómo va a hacer reformas de fondo si sus aliados son quienes resultarían dañados con ellas. ¿Cómo hacer una reforma energética si se está aliado a Romero Deschamps? ¿Cómo la educativa si se está aliado a la maestra? ¿Cómo la laboral si trae uno arrastrando a los líderes? ¿Cómo mejorar la competencia si gana uno apoyado por los monopolios?
Y cuesta más trabajo creer cuando uno revisa el desempeño de Peña Nieto en el Estado de México. Ya lo decíamos hace una semana: redujo la competitividad del estado, lo mismo que la transparencia, incrementó la corrupción, cayó el nivel de los niños mexiquenses en la prueba ENLACE, tuvo el mayor crecimiento en pobreza alimentaria. Es decir, evidencia concreta de una mala administración. En su defensa, Peña dice que no incrementó la deuda del estado, pero en su gobierno pasó de 30 a 38 mil millones de pesos. No creció más porque cuando recibió el estado ya no podía endeudarse. Su antecesor y tío, Arturo Montiel, le entregó un gobierno con una deuda superior a las participaciones federales.
Cuando uno ve este panorama, no puede sino preocuparse. Se trata de un candidato presidencial que no trae detrás evidencia alguna de capacidad administrativa (más bien al contrario), pero que viene acompañado de aquellos que se enriquecieron a nuestras costillas durante 80 años. Y lo que nos promete el candidato es que él es capaz de quitarle a esos personajes sus privilegios.
Entonces uno busca alguna explicación a lo que ocurre, y lo que parece tener lógica es algo muy diferente. Más bien de lo que se trata es de un intento, de parte de este grupo de “poderes fácticos”, o como antes se les decía, corporaciones, de evitar que se les quiten los privilegios acumulados en el viejo régimen. Y para ello, escogieron un candidato que pudiera ganar la elección, con una buena campaña publicitaria, y que no les significara ningún riesgo. Es decir, que no fuese capaz de actuar solo.
Ahí es cuando todo queda claro. No se trata de un candidato que ha logrado sumar apoyos debido a un proyecto político específico, sino de un figurín contratado por los viejos grupos privilegiados con el único fin de evitar cambios. El fin de la transición, pues, mediante la restauración del viejo régimen.
Me imagino que para muchos esto no es ninguna novedad. Pero, estando a seis semanas de la elección, vale la pena ponerlo por escrito, e intentar que ese México que logró, hace 15 años, derrumbar el régimen autoritario, sea hoy capaz de evitar la restauración. Después, ya no podremos hacer nada.