agosto 13, 2012

Una incómoda medalla de oro

Víctor Beltri (@vbeltri)
Analista político
contacto@victorbeltri.com
Excélsior

Para Carlos y Artemisa, quienes hacen de la amistad algo extraordinario.

El sábado, tras la victoria ante Brasil, era inevitable contrastar la alegría del momento con la desazón cotidiana. La violencia que parece interminable, las protestas ante una derrota electoral que no se acepta, la percepción de que todo está siempre mal, siempre destinado al fracaso, de que México vive presa de una maquinación perversa que no permite que ocupemos el lugar que, por otro lado, no acabamos de creer que merecemos.

En el año 2000, Lawrence Harrison y Samuel Huntington publicaron una compilación de ensayos de varios académicos, producto de un simposio realizado en la Academia de Estudios Internacionales de Harvard, bajo el título Culture Matters: How Values Shape Human Progress, en donde se analiza el papel de la cultura y los valores nacionales en el desarrollo de la libertad, la prosperidad y la justicia. En uno de esos ensayos, A Cultural Typology of Economic Development, el argentino Mariano Grondona distingue entre valores intrínsecos e instrumentales, entendiendo los primeros como aquellos que se mantienen con independencia de costos y beneficios, y los segundos como los que se sostienen en razón de su beneficio directo e inmediato.

De acuerdo con Grondona, los valores económicos son instrumentales en cuanto a que son susceptibles de ser alcanzados en el tiempo. El verdadero desarrollo económico se logra solamente cuando el valor instrumental es acompañado de un valor intrínseco, como la seguridad, la excelencia, el prestigio o el triunfo. La carencia de estos valores, o la prevalencia de otros de naturaleza negativa, como serían la cultura del menor esfuerzo, de la corrupción o de la trampa, son un lastre para el progreso de las naciones. De esta manera, el desarrollo económico es en realidad un proceso cultural, en el que las metas a largo plazo se imponen a las de corto plazo. En sus propias palabras, si los sistemas de valores de un pueblo se mueven hacia el polo favorable, mejoran las posibilidades de que la nación se desarrolle, ocurriendo lo contrario si lo hacen en dirección opuesta. Así, el desarrollo o subdesarrollo no le son impuestos desde fuera a la sociedad, sino que es ella misma quien toma la decisión, en base a los valores que abraza.

El sábado fue un día magnífico. La gente festejaba, feliz, orgullosa. Las banderas ondeaban y las camisetas verdes se podían ver por todos lados. No era para menos: los mexicanos salieron a la cancha y se enfrentaron, como iguales, con un equipo que a ojos del mundo entero era superior. El resultado lo conocemos todos, y cada quién lo vivió a su manera: desde la indiferencia de quien lo considera irrelevante hasta la emoción de quien miraba el podio con los ojos humedecidos.

Sin embargo, el oro olímpico no es trivial. Es, al contrario, un ejemplo claro de que la competencia que suma voluntad con inteligencia, disciplina y esfuerzo, produce resultados palpables. La gente lo percibe, y recuerda cómo los fracasos de hace no tantos años se han ido transformando en triunfos indiscutibles. Esta percepción, y la consecuente extrapolación de las victorias deportivas hacia la vida cotidiana, pueden ser la semilla de un cambio cultural, un cambio de los valores que aceptamos como propios por otros más positivos, más adecuados para los tiempos que estamos viviendo, más proclives al desarrollo.

Esfuerzo, constancia, trabajo en equipo. Orgullo, sentido de pertenencia, consciencia de la responsabilidad histórica expresada en objetivos a largo plazo. La selección nacional nos ha dado, de manera un tanto inesperada, la oportunidad de comenzar un debate sobre valores nacionales y vocación al triunfo que parecía haberse desperdiciado hace un par de años, cuando las festividades del bicentenario, y la ocasión de reflexionar sobre el país que queremos, fueron empañadas por intereses políticos y mezquindades personales.

Así, estamos en el momento adecuado para plantearnos las preguntas pendientes, y para conseguir que el sentimiento despertado por una victoria deportiva trascienda en el tiempo. El reto será saber despojarnos de la sensiblería y patrioterismo fácil del “sí se puede”, para convencernos, efectivamente, de que sí podemos. Y para decidirnos a lograrlo, de la misma manera que lo logró Mandela para unir a Sudáfrica a través del Mundial de Rugby, en 1995.

¿Qué hace falta para un cambio cultural en México? ¿Cómo podemos movernos hacia los valores positivos que son necesarios para detonar el desarrollo que durante años nos hemos negado a nosotros mismos? El cambio cultural, en este caso, no puede ser responsabilidad de una sola persona o de un liderazgo específico. No tenemos un Mandela. La reflexión debe ser personal y asumida por cada quién en las pequeñas acciones cotidianas.

El triunfo del sábado es un momento puntual, pero cuyas repercusiones pueden, y deben, ser más profundas que el mero engreimiento futbolístico. En este sentido, la medalla olímpica es todo menos cómoda, al increpar y cuestionar, a cada mexicano, si tiene los valores y la vocación de triunfo necesarios para merecerla. Y por ahí empezamos.

Que somos agachones, dicen

Luis González de Alba
La Calle
Milenio

Lo somos: pero no por aceptar la “imposición” nunca demostrada, sino por no actuar contra una minoría enardecida por la derrota. Volcaré las ollas: Es que no puede ser… ¡No puede ser!: 52 millones de mexicanos salimos a votar el 1 de julio. Encontramos casillas atendidas por un millón 200 mil de nuestros vecinos dos veces sorteados, y millones de observadores. Nada más los de López Obrador fueron cinco millones, dijo él. Encontré vecinos, mayoría vecinas, sonrientes, amables, y sin el enfado que debieron tener luego de nueve horas. El IFE preparó todos los materiales necesarios para la elección y desapareció: dejó en manos de los vecinos de cada casilla el proceso de votar bajo la mirada de representantes de partido.

Luego de votar, me despedí: “Felicidades… Son ustedes héroes…”. Y se me quebró la voz. Por eso, a diferencia del 2006, los perdedores se avergüenzan de afirmar que el fraude ocurriera en casillas, ¿ante cinco millones de observadores de López?

Millones en medidas de seguridad, para que un atajo de corruptos del SME que no se consuelan de haber perdido los 40 mil millones de pesos que se embolsaban al año, corruptos del SNTE y la CNTE que exigen su derecho a vender sus plazas de maestro al mejor postor o heredarlas a la prima analfabeta, los lumpen ayer del PRI hoy del PRD como los panchos villa y cuanto arribista hay, se cubran con la marca YoSoy132, ocurrencia de los chavos de la Ibero, ya de vacaciones con sus papis en Canadá. El típico desprecio clasista de las niñas bien y los chavos de la Ibero… ¿ves?, reaparece enmascarado: los nacos son corruptos, venden su voto y se venden a los criminales: nada nuevo en el clasismo puro y duro.

No entiendo la sumisión con que los clientes de una tienda Soriana permiten quedar secuestrados horas por unos cuantos gañanes. ¿No hay escobas y trapeadores?: a escobazos se abren paso y ponen la basura en su lugar. Pues no. La transnacional Wal-Mart está enjuiciada en EU por corrupción de funcionarios en México. Le da pues por el soborno: ¿Cuánto está metiendo la transnacional más grande del mundo en autoservicios para aplastar a la competencia nacional, Soriana?

Tienen el chingado mapa al revés, pendejas: cuando mis amigos y yo nos partíamos la madre haciendo sindicatos independientes, grupos políticos de izquierda que cuajaron en partidos, unificando luego partidos, los mejores creando el IFE ajeno al gobierno, éramos nacos para las niñas bien atentas a que la cocinera no quemara el suflé de Cointreau. La invasión del PRI al último piso de nuestra construcción política, el PRD, nos echó fuera, y así pudo AMLO ordenar a senadores que obtuvieron su curul por votos para el PRD que se pasaran al PT para construirle un artificial grupo parlamentario que les dio cientos de millones más, y El Peje cobra el favor para su campaña. ¡Al PT!: acusado por Cárdenas de ser artificio de Carlos y Raúl Salinas para aplastar al PRD.

“Traicionaron sus ideales…”. ¡No, Barras de Piedra! ¡Ustedes por ignorancia, por estupidez, porque lo derechosos no se les borra, abrieron la puerta a la peor ralea del PRI; ustedes, niñas bien, que siempre nos han despreciado, nos siguen despreciando, ahora desde alturas morales; el colmo: han hecho senador a Manuel Bartlett, el secretario de Gobernación, por el PRI, que fabricó el fraude contra Cárdenas en 1988; López le ha dado respiración al moribundo PT salinista y a los patanes del SME que arañan sus 40 mil millones de pesos anuales.

Televisa es el Mal, pero Elenita no ha renunciado a los 1000 dólares que le paga por minuto de disparates. Nadie ha hecho tanto mal a la izquierda mexicana como Elenita: ha infantilizado la política, la ha banalizado ¡desde Televisa! con sus melcochas. Llamó a Cárdenas “envidioso” de su rey Lopitos. Ha inventado la pureza de la juventud porque ignora los tecos, los yunkes y los priistas de 17 años.

Atenco y Peña: éste, debe reconocerse o negar la realidad, envió primero a funcionarios a negociar el conflicto, originado por la torpeza de Fox y azuzado desde el GDF. A los negociadores los golpearon, arrastraron; a un policía federal lo molieron a patadas en los güevos hasta dejarlo inconsciente y un días después Peña envió granaderos a rescatarlos. Bien hecho. Hubo excesos de policías y están pagando. Las supuestas violadas retiraron su insostenible acusación. Lo que no hizo Ebrard en Tláhuac, donde la turba le quemó vivos a dos jóvenes federales. De verdad, ¿aguantaremos de todo?

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