noviembre 28, 2012

La profundidad de la calabaza

Rafael Cardona (@cardonarafael)
racarsa@hotmail.com
El cristalazo
La Crónica de Hoy

Más allá del mérito en esta subdesarrollada hazaña de ponerles cemento a los pobres para transformarlos, como en los cuentos de hadas, en pobres con nueva escenografía, pero idénticas condiciones de miseria (la típica limosna de la caridad eclesiástica), Calderón se goza en recordar sus malas artes.

En los desesperados días de su extinción como Presidente de la República, Felipe Calderón nos ha llevado de la mano a un mundo de oratoria fantasiosa, desmesurada en cuyas intensidades intelectuales resultan sorprendentes, en verdad sorprendentes. Si en el arranque de su mandato nos estremeció con aquella disquisición moralina cuyo remate fue “la oruga imbécil”, cosa jamás explicada del todo en la fabulación de su discurso, ahora, con una bota en el estribo, sin nadie siquiera en su partido dispuesto a ofrecerle una despedida afectuosa, cálida o al menos educada, Calderón nos regala con una exhibición de intelectualidad profunda: ya se me está haciendo calabaza el carruaje.

Recordemos textualmente:

“Ya se me anda convirtiendo en calabaza la carroza, ya algunos de mis colaboradores se están convirtiendo también, no me acuerdo qué le pasó a ‘Cenicienta’ con los colaboradores: ¿Qué les pasó? en ¿qué se convirtieron?, no se acuerdan”.

Si quisiéramos meternos en las honduras de interpretar el sentido subyacente de esas palabras veríamos cómo en tan poco espacio el Presidente revela nuevamente algunas de sus constantes: la perturbación, la confusión entre el yo y el exterior.

Si la analogía comienza con una confesión de su propia desmemoria, cómo entonces en el soliloquio les pregunta a quienes lo escuchan (sin darles obviamente oportunidad de dialogar o responder) y les endilga sus propios olvidos.

¿Cómo pasa del no me acuerdo, al no se acuerdan? ¿Si no se acordara cómo lo citaría?

Pero quizá lo peor de ese malhadado día (el 24 en Mérida) fue la jactancia en torno de su más célebre expresión la cual, por propia vanidad, elevó a categoría del clasicismo:

“El Presidente cerró la política social de su gobierno con la entrega del piso firme 3 millones. Recordó que en 2006 prometió instalar 2.5 millones de pisos firmes y superó la meta”.

“La promesa de 2.5 millones, explicó, fue porque el INEGI indicó en aquél entonces que esa era la cifra de casas con pisos de tierra”. Pero se equivocó, agregó.

“Y mientras eran peras o manzanas, o como diría el clásico: haiga sido como haiga sido, entregamos 3 millones de pisos firmes”.

Más allá del mérito en esta subdesarrollada hazaña de ponerles cemento a los pobres para transformarlos, como en los cuentos de hadas, en pobres con nueva escenografía, pero idénticas condiciones de miseria (la típica limosna de la caridad eclesiástica), Calderón se goza en recordar sus malas artes.

Todos recordamos el contexto de aquella célebre declaración magnificada por sus críticos hasta convertirla en la divisa de su persona y su gobierno. Pero él mismo se califica como un clásico, ¿De qué? Del cinismo.

Pero estas divagaciones de Don Felipe, ya no escucharemos con la desesperante frecuencia de su sexenio de oratoria con fallas vocales y falsos tonos (el pueblo les llama gallitos) al final de cada frase, nos muestran piadosamente la solución de un problema urbano: si ya no sabemos cómo deshacernos de la estatua de Aliyev, sería prudente llamar a un escultor ducho en la transformación de los bronces y decirle, nada más cámbiale la cabecita.

La mampara con el mapa de Azerbaiyán puede ser modificada con los contornos de Michoacán y se le podría llamar la “Plaza del haiga sido” y de esa manera celebrar en el Paseo de la Reforma la vigencia de la desvergüenza. Y si tomamos en cuenta la cercanía con ese otro monumento a la corrupción y la impunidad, la Estela de Luz, pues tendremos ya el distrito completo de la farsa y el cinismo.

Resolveríamos el asunto de los azeríes y de paso lograríamos un espacio educativo y conmemorativo de los más altos momentos de la demagogia panista.

Pero como quizá eso no suceda quedémonos entonces con la sabiduría calderonista para utilizarla como justificación y orgullo de cualquier bien mal habido, de toda actitud indebida pero vigente, de todo logro inmerecido:

“Haiga sido como haiga sido”.

BICICLETAS

La información publicada recientemente en torno del aprovechamiento publicitario y por tanto mercantil de las bicicletas de Marcelo, nos lleva al fondo de partida: detrás de toda acción del gobierno del DF se oculta un trinquete.

Si usted no está al tanto, le comparto:

“Diputados de la Asamblea Legislativa del DF (ALDF) pidieron al Gobierno del DF transparencia en los contratos o concesiones a la empresa Clear Channel Outdoor México (CCOM), para saber los términos en los que está operando, así como los beneficios económicos que genera, tanto para ella, como para el gobierno de la ciudad”.

“Excélsior informó que el gobierno capitalino le adjudicó a Clear Channel el contrato de Ecobici, pero ésta es una agencia de manejo de publicidad que desde hace más de tres años se ha beneficiado con la autorización privilegiada de espacios para colocar mobiliario con anuncios incluidos en la capital”.

Así ha sido el cuento chino de la “movilidad” renovada por la modernidad bicicletera de Ebrard. Puro rollo.

Un aplauso

Ricardo Alemán (@RicardoAlemanMx)
El Universal

Si bien apenas se encuentra en etapa de buenas intenciones —porque las pláticas para un gran acuerdo nacional apenas empiezan—, ya es digna de un sonoro aplauso la posibilidad de que las tres fuerzas políticas más relevantes del país —PRI, PAN y PRD— pacten, acuerden y negocien lo necesario, en favor de los mandantes, de sus patrones, que son —somos— los ciudadanos.

Y es que precisamente esa, la de negociar, pactar, acordar, convenir y ver por el bien de las mayorías es la diferencia entre una clase política de buenos para nada —como han sido la mayoría de los políticos en la última década—, y una clase política eficaz, de profesionales capaces de empujar las grandes transformaciones y que se asuman como parte del Estado mexicano, antes que pertenecer a las groseras mafias de las tribus, los partidistas y los caudillos que vemos todos los días.

Y parece que luego de 12 años de divorcio entre los partidos y la política, luego de años de odio y fractura irracional entre el bien común y la política, existen nuevas condiciones para utilizar las armas de la política en la lucha contra los grandes problemas nacionales. Y las armas son todas ésas, el diálogo, la negociación, el acuerdo, el consenso, el pacto entre todas o las más importantes fuerzas políticas para empujar al país fuera del alcance de los grandes flagelos.

Pero también es tiempo de acabar con esa tara dialéctica que pregona un sector de la mal llamada izquierda mexicana, que supone que dialogar, negociar, pactar y/o acordar con el PRI o con el PAN es un pecado capital; una supuesta traición a quién sabe qué timoratas creencias que en la práctica han demostrado, una y otra vez, que son un fracaso.

Lo cierto es que —en México y en el mundo— los grandes cambios y las verdaderas transformaciones se han conseguido gracias al consenso, el acuerdo, la negociación y el pacto entre los adversarios políticos. Y no es casual que en México las últimas grandes reformas se hayan conseguido cuando sumaron fuerzas los tres grandes partidos políticos mexicanos: PRI, PAN y PRD.

Y tampoco es coincidencia que uno de los últimos pactos nacionales de gran aliento fueran posibles, en México, gracias al consenso, al acuerdo, el pacto y la negociación, nada menos que entre Felipe Calderón, Andrés Manuel López Obrador y el PRI de Ernesto Zedillo. Y la gran reforma lograda en esa ocasión fue nada menos que la reforma electoral de 1996-1997, que desencadenó la democracia electoral, la alternancia en el poder y la pluralidad políticas.

Y en efecto, por increíble que hoy parezca a los fanáticos que a ciegas y sordas siguen a AMLO y a Morena, lo cierto es que López Obrador fue el primero de los jefes del PRD que pactó con el PRI; con el de Ernesto Zedillo, quien de esa manera abrió la puerta para que las llamadas izquierdas partidistas accedieran al poder y cerraran el círculo de la alternancia y la transición democrática. Sin embargo, cuando cayó el PRI del poder presidencial, en el año 2000, también se acabó el tiempo de los grandes cambios, las grandes reformas y la grandeza de algunos políticos mexicanos.

¿Qué pasó en los últimos 15 años? ¿Por qué la política cedió su lugar al odio, el chantaje, el chanchullo y la chabacanería? ¿En qué momento los partidos y los políticos se divorciaron de la política y olvidaron sus herramientas esenciales?

Lo cierto es que desde la emblemática elección presidencial de 1988, cuando el PAN pactó con el PRI las grandes reformas que requería el país, las llamadas izquierdas se marginaron y fue el PAN el gran ganador de las circunstancias, al privilegiar la alianza con el PRI y los grandes cambios. Esa política de alianzas y acuerdos políticos le permitió al PAN acceder al poder, en tanto que las izquierdas se alejaron de esa posibilidad al apostarle a la mezquindad, el odio y el chantaje.

Hoy, curiosamente semanas después que el PRD tiró el lastre de López Obrador y de Morena, los amarillos parecen dispuestos a un golpe de timón que los lleve de nueva cuenta a la corriente de cambio, junto con el PAN y el PRI. Y claro, en el PRD de inmediato saltaron de las catacumbas las fuerzas más atrasadas —como la mafia Bejarano y Padierna—, que insisten en vivir en el pasado.

¿Hasta dónde llegará el gran acuerdo nacional que planean PRI, PAN y PRD? Hoy nadie lo sabe, y no se debe descartar que no llegue lejos. Pero sí sabemos que el esfuerzo ya merece un aplauso. Al tiempo.

EN EL CAMINO

Por cierto, dicen los que saben que El Chucho Carlos Navarrete pronto dará una sorpresa que marcará aún más el divorcio entre los descocados de Morena y el PRD.

¿Quién es EPN?

Sergio Aguayo Quezada (@sergioaguayo)
Reforma

Para entender a Enrique Peña Nieto hay que recordar al Grupo Sonora y al Grupo Atlacomulco.

Mi hilo conductor es la forma como Peña Nieto conceptualiza el poder. Su tesis para obtener el grado de licenciado en derecho, El presidencialismo mexicano y Álvaro Obregón (1991), ofrece claves útiles. En México, dice, "el presidente [...] es pilar del sistema político". Esa descripción la transforma en prescripción cuando expresa, una y otra vez, su profunda admiración por Álvaro Obregón a quien concede el mérito de ser el "gestor del presidencialismo moderno", de ser uno de los "estadistas más audaces e inteligentes" y de quien admira la eficacia: "Su solo nombre -concluye EPN- es garantía de [...] éxito". Entonces resulta lógico que EPN tenga tanta admiración por Carlos Salinas de Gortari, otro Presidente exitoso en su momento.

Que EPN forme parte del Grupo Atlacomulco también explica por qué toma como modelo a Obregón, el artífice del Grupo Sonora que dominó la política nacional hasta que Lázaro Cárdenas mandó a Plutarco Elías Calles al exilio. Ambos grupos se asemejan en el valor que dan a la disciplina y a la lealtad a quienes tienen los puestos de mando y ponen como principal objetivo la acumulación de poder sin importar los métodos. A Obregón se le recuerda por su peculiar apotegma -"nadie aguanta un cañonazo de 50 mil pesos"- mientras que, con el "Quinazo", Salinas manipuló la legalidad para aplastar a su enemigo político, el líder petrolero Joaquín Hernández Galicia en 1989.

Como gobernador del Estado de México Peña Nieto mostró su determinación de controlar la política a cualquier costo: "chayotes" a los periodistas rejegos, "maiceada" a los opositores de ética reblandecida, notarías para sus seguidores leales y contratos a los empresarios serviciales.

Peña Nieto también ha sido exitoso en imponer una disciplina férrea a los "equipos" priistas y un indicador sería su capacidad para controlar el flujo de información. Sostengo como hipótesis sujeta a verificación que es erróneo clasificarlo como títere de Salinas, Televisa o el Grupo Atlacomulco. Intentará dejar marca y en su visión del mundo ello supone ampliar su poder e influencia personales al costo que sea para, en su lógica, retomar los hilos de un poder ahora disperso (estaría emulando a Obregón como Presidente).

Aunque nada está escrito, es altamente improbable que EPN pueda reconstruir al México presidencialista y centralista. El poder ya está repartido entre gobernadores y presidentes municipales, partidos y líderes sindicales, potentados y jefes de cárteles y entre una sociedad que se beneficia del acceso a la información y de la libertad de expresión. Los poseedores de esas porciones de poder no las entregarán fácilmente al nuevo Presidente.

Lo paradójico es que la fulgurante carrera política de Peña Nieto fue posible por la fragmentación del poder. Logró la candidatura a gobernador en 2005 porque su mentor, Arturo Montiel, tuvo la posibilidad de hacer su voluntad. Montiel tenía enormes recursos y no necesitó del visto bueno del presidente de la República ni atendió los deseos del presidente del PRI, Roberto Madrazo, quien empujaba a Carlos Hank Rhon.

Otro rasgo de Peña Nieto es el pragmatismo. Como gobernador avasalló al PAN y al PRD en las elecciones de 2009, pero en 2012 tuvo que digerir una dolorosa derrota en su propio territorio. Este año las izquierdas incrementaron en un millón y medio el número de mexiquenses que gobernarán entre 2012 y 2015. Otros indicadores del pragmatismo peñanietista fueron los esfuerzos por corregir su discurso después de la zarandeada que padeció en la Universidad Iberoamericana el 11 de mayo o la reversa que acaba de dar al enfrentar la indignación de mujeres de todos los partidos ante su intención de insertar al Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) en la Secretaría de Desarrollo Social.

A partir del próximo sábado se inicia una nueva etapa en la transición mexicana. Peña Nieto hará lo posible por imitar los supuestos éxitos de Obregón y Salinas (imposible olvidar la forma en que olvidaron sus gestiones) pero tendrá enfrente la resistencia de quienes conquistaron espacios alguna vez dominados por el presidencialismo centralista. Será una batalla multidimensional con un desenlace incierto. Empieza a escribirse otro capítulo de la historia de México. Ocupen sus asientos y aprieten sus cinturones. Arrancamos.

La miscelánea

Enrique Peña Nieto es un controlador obsesionado por las formas y la seguridad. Se le pasó la mano autorizando el bloqueo durante una semana del Palacio de San Lázaro. Millones se ven afectados diariamente y el Estado Mayor Presidencial se muestra agresivo hacia los inconformes como Jesús Robles Maloof. Si en 2006 critiqué el bloqueo de Reforma, ahora me sumo a quienes exigen que el nuevo Presidente respete a los capitalinos explicando, por ejemplo, para qué necesita tanta seguridad. El Distrito Federal no es Toluca.


Comentarios: www.sergioaguayo.org; Twitter: @sergioaguayo; Facebook: SergioAguayoQuezada
Colaboró Paulina Arriaga Carrasco.

Adiós a Ebrard

Armando Román Zozaya (@aromanzozaya)
armando.roman@anahuac.mx
Investigador de la Facultad de Economía y Negocios Universidad Anáhuac
Excélsior

Considero que ha sido un jefe de Gobierno cínico y frívolo. Asimismo, pienso que su gestión al frente del Gobierno de la Ciudad de México fue mala.

Muchos dicen que ha sido un magnífico gobernante. Hay quienes incluso deseaban que fuera Presidente. Yo, al contrario, considero que Marcelo Ebrard ha sido un jefe de Gobierno cínico y frívolo. Asimismo, pienso que su gestión al frente del Gobierno de la Ciudad de México fue mala.

Es verdad que la administración de Ebrard construyó vialidades, una línea del Metro, renovó el Monumento a la Revolución, etcétera. Sin embargo, eso es lo mínimo que se debe esperar de un jefe de Gobierno de la Ciudad de México. Así, lo que hay que preguntar no es si ésta está más bonita que antes —cosa que, según Marcelo Ebrard, es cierta; es más, lo celebra una y otra vez, lo cual no es sorprendente: el todavía jefe de Gobierno del DF es un superficial— o si, gracias a los segundos pisos, podremos llegar rápido a los embotellamientos, sino si Ebrard resolvió los problemas profundos de la ciudad. Me temo que no lo hizo.

Por ejemplo, el Distrito Federal continúa como un lugar peligroso: aquí todos los días hay robos, violaciones, asaltos, asesinatos. De la mano de lo anterior, la procuración de justicia en la ciudad está plagada de corruptelas: desde los patrulleros que son los mejores amigos de los franeleros, hasta los comandantes de policía y los ministerios públicos que, entre otras “linduras”, se dedican a extorsionar/explotar a trabajadoras sexuales en La Merced, Tlalpan y demás locaciones. La realidad es ésta: Ebrard nunca pudo, nunca, con el orden y la inseguridad citadinos. De hecho, ante Alejandro Martí prometió que renunciaría si no podía con el tema de la seguridad. No pudo y no renunció: cínico.

Pero eso no es todo: durante años, el señor Marcelo se negó a siquiera saludar al presidente Calderón pues, según su patrón, es decir, López Obrador, Calderón hizo trampa para ganar la Presidencia. Sin embargo, cuando llegó la elección de 2012, resultó que las asociaciones civiles que apoyaron la candidatura de a AMLO recibieron millones y millones de pesos de parte del gobierno de Ebrard en forma de diversos contratos de “servicios”. ¿Qué pasó, don Marcelo? ¿No que usted sí es un demócrata de verdad? ¿No que usted detesta las prácticas, vicios y maniobras de quienes quieren ganar las elecciones sea como sea? Lo dicho: un cínico… y una marioneta de AMLO.

Podría continuar dando ejemplos de por qué Ebrard ha sido un mal gobernante, un superficial y un cínico. Sin embargo, con uno me basta para ilustrar todo lo anterior: el caso del niño Hendrik. Obviamente, no es culpa del jefe de Gobierno del DF que una bala caiga encima de un pequeño que está sentado en un cine; eso es atribuible al inconsciente, irresponsable y loco que disparó el arma. Sin embargo, sí podemos achacarle a Ebrard el que ese tipo de personas hagan lo que quieran.

En primera instancia, la autoridad no debe permitir que los ciudadanos tengamos armas: es su obligación. En segundo lugar, desde hace años se sabe que, en ciertas fechas, energúmenos se ponen a disparar al aire en Iztapalapa. Luego entonces, ¿por qué el gobierno de Marcelo Ebrard jamás hizo algo para evitarlo? Tenía que hacerlo tanto por obligación como por sentido común. Pero no, nada. ¿Resultado? Un niño muerto, una familia deshecha. ¡Ah!, pero eso sí: ahora tenemos a la policía de la ciudad buscando el arma en cuestión y pidiéndole, por favor, a los habitantes de Iztapalapa que ya no disparen (¡hágame usted el favor, amigo lector!). ¿Qué ha dicho Ebrard a este respecto? Ni una palabra, lo que confirma que es un frívolo, un mal gobernante y un cínico. Es más, si no lo fuera, no sólo hubiera dicho algo sino que hubiera pedido una disculpa y presentado su renuncia, por incompetente.

Qué bueno que Ebrard se va; ojalá que Mancera no resulte igual.

INVITACIÓN: Estimado lector, lo invito a que me acompañe en la presentación de mi libro México, ¿hacia dónde?: Desde la tribuna, el 5 de diciembre a las 16:00 horas en la librería Porrúa Chapultepec, frente al Museo de Antropología. ¡Ahí nos vemos!

¿Por qué estamos tan felices los mexicanos?

Julio Serrano
Apuntes financieros
Milenio

Tengo que reconocer que me sorprendieron los resultados de la primera Encuesta Nacional de Bienestar, realizada por el INEGI, de los que destacan que ocho de cada 10 mexicanos son felices. Por lo visto, la desigualdad, la pobreza, la falta de movilidad social y la violencia no son suficientes para ensombrecer el estado de ánimo de los mexicanos. ¿Por qué será?

En teoría existen varios elementos por los que deberíamos estar tristes. La desigualdad es uno de los principales. Pese a que ha disminuido recientemente, el coeficiente Gini en México (un índice que mide la desigualdad en la distribución del ingreso en un país), sigue siendo uno de los más altos del mundo. Diversos estudios han mostrado que una fuente importante de infelicidad es la desigualdad. La gente prefiere ganar menos dinero en un entorno de igualdad a ganar más y estar rodeado de gente con mayores ingresos. Con los contrastes que existen en nuestro país, no es fácil entender que 80 por ciento de los mexicanos se autocalifica como feliz o moderadamente feliz.

El nivel de pobreza es otro elemento que hubiera pensado tendría mayor impacto en el índice de felicidad de México. Casi la mitad de la población vive en la pobreza y más de 10 por ciento en pobreza extrema. Ante estas cifras es casi increíble que menos de 5 por ciento de la población mexicana se declarara insatisfecha, de acuerdo con el estudio del INEGI. La movilidad social podría ser una explicación por la que los mexicanos estamos contentos aún cuando existen estos niveles de pobreza y de desigualdad. Al fin y al cabo, si hay movilidad social existe la esperanza de que es posible progresar en la vida, no importa la situación económica en la que nos encontremos. Sin embargo, la movilidad social en México, en particular en los niveles más bajos de ingreso, es muy reducida.

Hubiera pensado también que otros factores, como la creciente violencia, afectarían el estado de ánimo de los mexicanos. Pero no fue así. Resulta que ante gran adversidad México es un país feliz. De hecho, es uno de los países más felices del mundo, por encima de naciones más ricas como Estados Unidos y Alemania. Es obvio que el dinero y la felicidad no siempre van juntos. Para los mexicanos, la familia y la vida afectiva son, como lo muestra la encuesta del INEGI, más importantes.

Me surge una preocupación final acerca del alto nivel de felicidad en México. Nuestros políticos, son conscientes de que la inmensa mayoría de los mexicanos son felices; por lo que podrían decidir que no vale la pena molestarse en resolver los enormes problemas que enfrenta el país.